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La otra mitad de Yves

No ha llegado a tiempo de inaugurar en octubre los dos museos dedicados a la obra de Yves St Laurent, en París y en Marrakech. La muerte de Pierre Bergé significa la desaparición del último eslabón viviente de St-Laurent; y el fundamental. Porque a él, a Bergé, se debe el nacimiento y consolidación de una firma que coronó la cima de la «Haute Couture» en la más pura esencia del lujo y la creatividad. Yves era el artista, el renovador de inspiración inagotable; Pierre Bergé fue el cerebro que hizo posible la gran hazaña, clarividente para marcar el rumbo que originó un auténtico imperio de la moda.

Y todo, a lo largo de una relación sentimental tormentosa que, incluso tras la ruptura, les mantuvo unidos amistosa y profesionalmente a lo largo de cincuenta años. Una relación que Bergé retrató dos años después de la muerte de St. Laurent, en 2010, en un libro estremecedor, Lettres a Yves, dispuesto en forma de cartas al ausente, revelando con desgarradora sinceridad los altibajos de cinco décadas sacudidas por las erupciones del volcán maníaco-depresivo que atenazaba al modisto. Es un libro que rebosa amor y sufrimiento, escrito en un francés terso, pulido y transparente. Porque Pierre Bergé, que a punto estuvo de entrar en la Academia francesa, era un buen escritor, un homme de lettres además de un hábil empresario, coleccionista de arte, sabio lector y bibliófilo, fundador de revistas, accionista de Le Monde, presidente de la Opera de París, amigo y confidente del presidente Mitterand y de personajes como Jean Cocteau, Albert Camus o Jean Genet; un intelectual desdoblado en hombre de negocios, tan previsor como para haber nombrado a su posterior amante, el paisajista Madison Cox, vicepresidente de la Fundación Yves St. Laurent, con vistas a su sucesión, consolidada por el matrimonio contraído con Cox el pasado mes de marzo.

Tuve la oportunidad de conocer a Pierre Bergé hace unos treinta años, cuando nos invitó a un reducido grupo de periodistas a asistir a una velada en la Opera parisina, incluyendo en su salón principal una lujosísima cena con todo el aparato de la mejor cocina francesa. Recuerdo nítidamente a Pierre Bergé, que nos recibió muy afable, saludando a cada uno, interesándose por nuestras respectivas actividades y el medio en que nos desenvolvíamos. El todopoderoso Bergé -entonces uno de los más influyentes en las altas esferas de su país- se acercaba con toda sencillez al grupito de «plumillas», un tanto sorprendidos y halagados. Pierre Bergé queda en mi memoria como un hombre dotado de esa elegancia especial que confieren la inteligencia y la cultura, sin dejar de lado la afectividad. Y a él hay que agradecerle por siempre que fuera el verdadero motor del genio de Yves Saint Laurent, de quien fue, desde luego, «la otra mitad».

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