Los océanos son fundamentales en el estudio del tiempo y clima de nuestro planeta, dado el papel básico del agua en la transferencia energética con la atmósfera. La cercanía de un océano suaviza, gracias a esos intercambios, las temperaturas y evidentemente favorece las precipitaciones. Es más que obvia, para esta segunda variable, contar en las cercanías con una cuenca suministradora de humedad. A mayor temperatura marina, mayor evaporación y, por tanto, se incrementa el vapor de agua en el aire y las precipitaciones. Buena prueba de ello son los huracanes cuya potencia depende, entre otros factores, de la temperatura de las aguas que atraviesan o nuestras lluvias otoñales, que en parte se explican por un mar aún cálido respecto del continente, ya en proceso de enfriamiento. Un mar fresco aporta humedad al aire, pero inhibe el ascenso de la masa de aire al enfriarla, caso de los desiertos costeros. Pero también la propia atmósfera y la geografía tiene mucho que decir y pueden matizar y hasta anular el papel oceánico. La atmósfera a través de los vientos y su dirección. El levante español está bañado por un mar cálido y por tanto, evaporadizo, un buen suministrador de humedad al aire. Pero, salvo episodios concretos, no destaca el levante por sus elevados promedios de lluvia. Y es que nuestras tierras viven de espaldas a su mar. Aquí predominan los vientos del oeste, propios de las latitudes templadas, y ese flujo dominante nos trae la influencia terrestre y no marina, situada a oriente. Solo un viento contrario hace que recibamos vientos marinos y lluvias. Precisamos un anticiclón al norte y una borrasca al sur, acompañados de aire frío en altura, algo poco habitual. La geografía aporta el relieve, con un marcado contraste entre el barlovento y el sotavento.