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Negro y rosa

El caso del descuartizador de la calle Sueca parece una de esas malas novelas negras que lo fían todo al espesor de la trama, a los giros imprevistos, a la traca final. Una mala novela, ya digo, con una coda desnivelada: todos los honores (merecidos) para el subinspector Blas Gámez y recordatorios muy parcos para la víctima original, el peluquero Albert Enric, que buscó amor en el cubil de una fiera o de un loco: lo hemos buscado en sitios peores. La muerte de un policía o de un torero suscitan grandes honras fúnebres, pero no la de un peluquero: nostalgia de la épica, de la primitiva lucha por la vida (o por la Visa). Llega un momento en que el héroe duda, y, entonces la epopeya es novela.

En el género negro, que tiene que aguantar mucho sobe, hemos visto de todo: relatos reales o basados en casos auténticos y hasta un asesino imaginario que se inspira en otro asesino de novela (El coleccionista de huesos). El gran Chester Himes empezó como mangui (que es el único comienzo que se les permite a muchos), pero pasó de atracador a distinguido hombre de letras. Sólo a un ceporro sangriento como Pierre Danilo Larancuent se le podía ocurrir una novela empapada de hemoglobina y luego invertir el camino habitual para regresar a la pulsión primitiva con la quijada de asno en vez de la pluma.

El escritor admira al hombre de acción. «Si mi pluma valiera tu pistola», le escribía el inofensivo Antonio Machado al general republicano Enrique Lister (el escritor no suele dar demasiadas muestras de valor salvo, en su caso, de valor intelectual, virtud más preciosa de lo que parece, no tan rara como se cree y tan poco apreciada como cabía temer). Ahora que lo pienso, es Albert Enric quien debería haber escrito la novela: esta historia, ya digo, está mal encajada. Los peluqueros son esas criaturas que en cada barrio y en cada calle abren un club social que también es mentidero y ateneo y factoría de moda. Allí las señoras (y bastantes caballeros) dudan más que un novelista («¿mechas?») y suministran mucho material narrativo. Seguro que se le hubiera ocurrido mejor final.

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