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Matías Vallés

Las víctimas también se equivocan

Nos cuesta hablar de nuestros fracasos. Se suele culpar a los periodistas por escribir o hablar demasiado. Con ser grave, abundan más los errores cometidos por abstinencia. Incurrí por penúltima vez en silencio doloso con motivo del asesinato de la valenciana Pilar Garrido en México. En teoría había sido secuestrada mientras viajaba en coche con su marido, Jorge Fernández, y su hijo. La fiscalía descarga hoy la muerte sobre el esposo.

Cuando intervine en un programa radiofónico sobre el suceso, no se habían identificado los restos de la fallecida. Sin embargo, no había petición de rescate, el marido había dejado pasar una noche sin denunciar, y había limpiado el coche a conciencia antes de que fuera reconocido por los investigadores. Jorge Fernández es además profesor de criminología, ducho en los vericuetos del rastreo policial de una desaparecida.

No es necesario haber leído a Don Winslow para reseñar sin prejuzgar que todas las pistas incriminaban al marido. Me hubiera gustado esbozar alguna hipótesis al respecto, desde el fatigado presupuesto de que la mayoría de asesinatos provienen del entorno íntimo de la víctima. Por desgracia, entre mi criterio y mi voz se cruzó una gran entrevista con Raquel Garrido, la hermana de la española asesinada.

Sin confirmación de la muerte, la hermana de Pilar Garrido se lanzó a un alegato entusiasta de su cuñado. Casi se diría que el criminólogo se había enfrentado en persona a los ficticios secuestradores armados de kalashnikovs o ´cuernos de chivo´, en el argot del narco mexicano. Raquel Garrido describió a un hombre honrado, enamorado y perfecto.

Después de la exaltación de su cuñado, la hermana de Pilar Garrido procedió a la demolición de la prensa mentirosa. Es decir, descalificó a los periódicos que, ni que fuera a trompicones, habían acertado a enhebrar las sospechas contra quien es hoy el principal y único acusado del crimen. Maticé estos dardos, pero callé ante unos indicios criminales más probables que posibles.

Aprendí de paso que las víctimas también se equivocan. Se ven envueltas por accidente en unas circunstancias dramáticas. Este trauma no les concede una clarividencia singular, aunque pueden desarrollarla sin más que cultivar las diez mil horas de dedicación profesional que caracterizan a un experto. El escepticismo del ojo neutro siempre será más aconsejable que la pasión cegadora. No debí callar por amoldarme. Lo periodísticamente correcto suele parecerse demasiado a una mentira. Y no pienso marcharme sin decir que falta algo muy turbio por desvelar en esta historia.

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