Es cierto que en democracia las elecciones producen legitimidad. Pero una democracia no solo consiste en votar. Como tampoco el hecho de votar en sí mismo convierte a un proceso en democrático. No se puede vulnerar la ley en nombre de la democracia porque para que un Estado sea democrático, ha de ser también un Estado de derecho.

No sabemos qué va a pasar el 1 de octubre, aún menos qué pasará después y cómo lo gestionaremos. Lo que sí sabemos es lo que ha pasado hasta ahora. En ese sentido, parece que la falta de diálogo por ambas partes y la ausencia de propuestas alternativas al desafío soberanista desde el gobierno central vienen caracterizando el proceso. Lo cual ha podido facilitar que el discurso independentista penetre de esta forma en la sociedad catalana.

La radicalización por parte de la desaparecida CiU fue in crescendo en los últimos años a la par de dos cuestiones: las dificultades de la gestión política en el contexto de crisis económica y los casos de corrupción vinculados a este partido. Creando un relato, el soberanista, para que sirviera de pretexto a ello y que ha terminado por engullirle políticamente. En realidad, CiU nunca ha sido un partido en puridad independentista, como tampoco la mayoría social que históricamente le ha votado.

Mientras, Mariano Rajoy se enroca en el otro polo del nacionalismo no siendo capaz de encontrar una solución dialogada. O quizá no le interese. El PP es hoy un partido político destrozado por la corrupción y que gobierna bajo mínimos electorales. Un partido en horas bajas que, probablemente, ha encontrado en la cuestión soberanista el eje sobre el cual rehacerse políticamente.

Explorar la vía del Estado plurinacional y de la reforma federal de la Constitución que plantea el PSOE sería lo razonable. El problema es que no estamos precisamente en un contexto en el que impere la razón. Más bien, todo lo contrario. El independentismo catalán de un lado y el PP del otro, se muestran tan antagónicos como complementarios. Dos posiciones a las que no parece interesarles buscar una solución desde el diálogo. Un fracaso de la política en toda regla.