«Cuanto más oigo hablar de revolución, más ganas tengo de hacer el amor», fue una frase que se escuchó y pasó a la historia en la Asamblea Fundacional del Sdeum (Sindicato Democrático de Estudiantes de Madrid) en 1969, evento que supuso el pistoletazo de salida a nuestra versión universitaria retardada y edulcorada de Mayo del 68. Y es que la política, la religión y el arte no son mucho más, en ocasiones, que el camino que adoptan personalidades carismáticas para beneficiarse por la patilla a sus seguidoras y fanáticas prosélitas, con más o menos resistencia física por parte de estas. Hasta tal punto, que muchos antropólogos especulan con que las dotes oratorias y artísticas no son otra cosa que adaptaciones evolutivas en la permanente búsqueda del éxito reproductivo por parte del macho dominante en nuestra especie.

La rijosidad de los gurús de turno, una tipología de líder religioso de la India muy proclive por lo visto al sexo no consentido, han proporcionado a la música obras maestras como Sexy Sadie, una canción compuesta por John Lenon y George Harrison con el trasfondo del intento de seducción de Mia Farrow por parte del baboso gurú Maharishi Mahesh Yogi, en cuya casa se habían alojado la conocida actriz y los fabulosos cuatro de Liverpool en busca de inspiración espiritual.

Y nada menos que 38 muertos hubo días atrás por disturbios causados por una multitud de seguidores del gurú Ram Rahim Singh, que protestaban por la condena a chirona de su inspirado líder, procesado primero y condenado finalmente por haber violado a dos de sus seguidoras más agraciadas físicamente. Por si acaso, yo he intentado educar a mis hijas en la desconfianza crítica contra todo lo que suene a liderazgo carismático. No es que podamos preservar a nuestros vástagos de todos los peligros que les acechan en la vida, pero qué menos que no caigan entre las flexibles extremidades de cualquier yogui místicamente inspirado y genitalmente empalmado. .