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Matías Vallés

Puigdemont ya no habla de votar

Es ajustado afirmar que Carles Puigdemont retiró ayer el referéndum del tablero. Mariano Rajoy ha encomendado el diálogo con Cataluña a la Guardia Civil, y la hipótesis del aplastamiento se concretó en imágenes que han ocasionado escalofríos en la prensa europea. La exigencia democrática de la proporcionalidad ha desaparecido del debate. La resolución de un conflicto a cualquier precio solo sirve para estimularlo. Atizarle es atizarlo.

Rajoy volvió a lanzar ayer a miles de personas a las calles de Cataluña, donde cada día es una Diada. En la comparecencia a mediodía, las palabras de duelo pronunciadas por Puigdemont palidecen en significación frente a las clamorosas ausencias de su discurso. Ya no habla de votar ni de votos. En una intervención de notable longitud, no aparecen las urnas, que son el eje de los acontecimientos en curso. El president catalán está a punto de abandonar el micrófono sin silabear «re-fe-rén-dum», que finalmente escapa de sus labios atropellado y a regañadientes.

Puigdemont se refirió a la jornada del 1-O con parquedad y mediante una sospechosa ambigüedad. «El día 1 saldremos de casa, llevaremos una papeleta y la usaremos». El único uso no pervertido de una papeleta consiste en ejercer el voto pero, ¿por qué no especificarlo en el discurso, en lugar de enredarse con un enunciado retorcido en una intervención con pretensiones de arenga?

El president catalán recurrió quizás a una treta dialéctica para no arriesgarse a una detención, una hipótesis nada improbable en la rugosa jornada de ayer. De hecho, Puigdemont parecía salido de un bombardeo. Sin embargo, suena más probable que su apelación genérica a «usar la papeleta» pueda consistir en exhibirla como un distintivo simbólico el 1-O, en el seno de una gigantesca manifestación que se propagaría por toda Cataluña.

De nuevo, y como ya ocurriera con Artur Mas en una situación que Madrid nunca entendió, Puigdemont no controla a la multitud. El president está a merced de su público, arrastrado por sus incondicionales. El independentismo se ha independizado de sus líderes. El intento de la Generalitat de amortiguar y amortizar el referéndum puede ser revertido por los auténticos protagonistas del proceso.

La voluntad expresada ayer por Puigdemont consiste en transformar el 1-O en otra Diada, dado que no se aprecian signos de saturación entre la población catalana. En este propósito abundaría otro pronunciamiento extraño realizado ayer por Jordi Sánchez, presidente de la Assemblea Nacional de Catalunya. Según el líder de la independentista ANC, «que tengan claro que si no cogen las urnas, el 1 de octubre, votaremos». Una vez más, no se entiende la cautela sobre la provisión de urnas, frente al voto incondicional planteado hasta la fecha.

Frente a la moderación de sus colegas varones, Carmen Forcadell machacó el voto en todas las declinaciones posibles. Se materialice o no el sufragio, los despliegues policiales contra urnas y papeletas son malsanos. Defender que se trata de una singularidad, de un estado de excepción, implica olvidar que el poder tiende a ocupar todo el recipiente que le contiene. Ayer no fue un día triste para Cataluña, sino para la democracia española en su conjunto.

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