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Las lindes del agua

El río, los ríos, tienen algo mágico. Dicen que Moisés, el profeta, apareció, en forma de bebé, en un recodo del Nilo dentro de una cesta de mimbre. Eso no es nada comparado con el Ebro que se las arregla para nacer cántabro y morir catalán, tras haber plantado el esqueje del que nació Castilla, ser vasco y navarro a la vez (y no estar loco), transformarse en vino de la Rioja y mantener un respetuoso silencio al pasar por el Pilar (a veces no canta porque no trae agua, la verdad) pues en Zaragoza habita la diosa madre que no se cansa de alumbrar mosquitos y grutas y elefantes y relámpagos. Los ríos no se hicieron para las fronteras, pero a poco que nos dejen plantamos una frontera en un río.

El territorio lleva incorporado los lindes como el río la rivalidad, pero eso es porque no somos capaces de pensarlos de otro modo. Nada es más allá de la mente. Un koan es una pregunta trampa de los budistas, una charada, un enigma ¿Cómo evitará la minúscula gota de agua que la aniquile el sol ardiente? El río ya sabe la respuesta con seguir adelante: tú también, por lo mismo. El río se piensa bajo las cejas de espuma que se erizan entre los riscos, una espuma paradójicamente congelada en la cinta de movimiento continuo de la catarata y que tiene su edición final, pero no definitiva, entre las olas.

En efecto, la gota sólo puede salvarse lanzándose al mar que, según el clásico, es el morir. Puede, pero tal vez la muerte no es el final -como proclama con no poca temeridad el himno de un gremio temerario. Enseguida, el mar irá escalando las ramas innumerables y transparentes del cielo para formar una trama tan sutil como el aliento y esa telaraña ira tejiendo en las cumbres una corona de nieve y lanzará, cuesta abajo, nuevas y solitarias gotas de agua amenazadas de aniquilación. Así pues, sigue con tal que sea hacia delante, sin tregua y ligero de agravios y desconsuelos. Si lo consigue el río, que sólo es una corriente continua de agua como aprendimos de la cantinela del parvulario, no ha de ser tan difícil para seres dotados de entendimiento.

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