Como el sentido común en los políticos o la verdad en los abogados, las informaciones del proceso por el presunto fraude filatélico aparecen y desaparecen sucesivamente. Son ventanucos que de vez en cuando nos permiten atisbar los entresijos de un embrollo judicial inacabable, inextricable y sumamente paradójico. Porque no acaba de comprenderse la razón de tantos años, tantos folios y tanta maraña para dilucidar los términos de una estafa en apariencia tan simple. Y todavía es más difícil entender el paso previo a la consumación del petardo, el misterio que lo posibilitó: el hecho de que doscientas y pico mil personas invirtieran sus ahorros en un armatoste financiero basado en sellos. Es un misterio parecido a los millones que se pagan, verbigracia, por los chafarrinones de Miró, de Picasso y de tantos otros; aunque hay una diferencia sustancial: el comercio del chafarrinón cuenta con el factor de la excentricidad, de la fantasmagoría edificada en torno del arte, mientras que lo del sello fue un asunto exclusivamente práctico, un tema de rentabilidad pura, como cualquier operación bancaria.

El chalaneo del cubismo ha concernido siempre a gente acaudalada, que disfruta del engaño en aras del capricho, el glamour y otras vaciedades; pero confiar las cuatro perras duramente ganadas a la cotización del sello no tiene fácil explicación. Tarde o temprano se verá que los cuadros abstractos, cubistas y similares no tienen valor alguno; que sus precios fueron pura convención, mero deseo de prolongar la existencia del arte más allá de su agotamiento, pero esto no producirá ningún trastorno en la existencia de sus opulentos dueños. Incluso es probable que no hayan dejado nunca de intuir el advenimiento de una eventualidad semejante. Pero los del sello —¡ay!—, ésos debieron ver enseguida la mohatra; debieron pensar que la filatelia, como ciertos borrajeos de la pintura contemporánea, quedaría un día u otro con la verdad al aire, que perdería en un momento dado la máscara estrambótica, la pátina embustera, dejándoles la economía descalabrada. Por eso, lo de Forum filatélico es, como juicio, un culebrón más largo que día sin móvil o legislatura de izquierdas; pero como actitud humana es un profundo misterio.