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Alemania, frente al cambio climático

Por mucho que se hable en el país de «energiewende» - transición a un escenario dominado por las renovables- el gigante exportador de Europa va camino de incumplir los objetivos de la lucha contra el cambio climático.

Para su suministro eléctrico, Alemania sigue dependiendo en buena medida de las centrales de carbón, las más contaminantes, sin que este tema haya tenido en la actual campaña electoral la importancia que merece.

Y mientras otros países buscan superar cuanto antes la era del motor de combustión, la canciller Angela Merkel sigue viendo en el diésel un instrumento compatible con la protección del medio ambiente sin tener en cuenta sus nefastas consecuencias para la salud de los ciudadanos.

El poderoso lobby de la industria alemana del motor ha conseguido flexibilizar los límites que trataba de imponer Bruselas a las emisiones más contaminantes y ha contado, todo hay que decirlo, con la connivencia de otros países de la UE, incluido el nuestro, con una importante industria automovilística.

La mayor parte de las emisiones de óxido de nitrógeno que se generan en la UE proceden de los motores diésel, que se promovieron en su día como parte de la lucha contra las emisiones de dióxido de carbono.

Mientras tanto se ha demostrado que esos motores producen otro tipo de emisiones -óxidos de nitrógeno-, causantes de enfisemas, bronquitis, enfermedades cardíacas y asma, y son responsables de más de 20.000 muertes prematuras al año en la UE.

Y a todo esto llega el líder del renovado partido liberal-demócrata, Christian Lindner, amigo de la industria, y se pronuncia al respecto con una claridad que contrasta con la ambigüedad que siempre ha gastado el Gobierno de Angela Merkel.

El programa electoral de ese partido, que puede volver al Parlamento e incluso convertirse en socio minoritario de la CDU/CSU, rechaza que se fijen objetivos en materia de emisiones o que el Gobierno marque plazos para el abandono definitivo del motor de combustión, algo que, según los liberales, compete sólo a la industria.

Como escribe con ironía un colaborador del semanario Der Spiegel, «quien quiera más cambio climático no tiene más que elegir la papeleta amarilla», el color de ese partido.

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