Hace un par de semanas, en un curso de verano de El Escorial, el escritor Mario Vargas Llosa desveló no se sabe bien qué sobre el puñetazo que le pegó a Gabriel García Márquez en un ojo en el año 1976 mientras le gritaba: «Esto por lo que le dijiste a Patricia». Aquel puñetazo puso fin a una larga amistad entre los dos grandes escritores e inauguró una animadversión que duró 40 años. El asunto es una pamplina más vieja que el sebo: los múltiples enamoramientos de ciertos personajes, sus esposas que se enteran, los amigos que te echan una mano, a veces al brazo y otras al cuello€

Pero más que el incidente Gabo-Vargas en sí lo que me sorprende es la vigencia y el interés que el asunto sigue despertando después de tantos años. Parece que a fin de cuentas nos sigue atrayendo lo de siempre: el amor y sus enredos. Hace bien Vargas en encargar el esclarecimiento de aquello a los historiadores: así nunca nos enteraremos.

En el año 1965 la escritora norteamericana Joan Didion, una de las escasas personas capaces de convertir una crónica en pura poesía, dedicó un artículo titulado John Wayne: canción de amor al que era su ídolo cinematográfico. Escribe Didion: «Yo vivía en Colorado Springs. Había un barracón de chapa de acero con sillas de madera. Allí, en un verano de 1943, fue donde vi por primera vez a John Wayne; lo vi caminar y le oí decirle a una chica en una película titulada En el viejo Oklahoma que le iba a hacer una casa en el recodo del río donde crecen los álamos. Al crecer yo no me convertí en una mujer de película del Oeste, y aunque los hombres que he conocido me han llevado a muchos sitios, nunca han sido John Wayne y nunca me han llevado a ese recodo del río donde crecen los álamos. Pero en el fondo de mi corazón, donde cae eternamente la lluvia artificial, ésa sigue siendo la frase que espero oír». Ya ven, Didion, la mujer que mostró su dolor y su fortaleza al mundo al describir sus pérdidas familiares en esa maravilla que tituló El año del pensamiento mágico. A sus 82 años, Joan Didion sigue esperando esa cabaña.

En los últimos años asistimos a una curiosa revitalización del amor romántico por tierra, mar y aire. Películas y libros como las Sombras de Grey, los candados de Moccia, las novelas de Ferrante, etcétera. Dice la socióloga Eva Illouz, una de las más interesantes teóricas del tema, que el ideal romántico suele reaparecer en las épocas de crisis. Y la que estamos atravesando ahora es considerable.

Resulta muy curioso que quienes hayan puesto especial interés en recuperar el ideal romántico del amor hayan sido psicoanalistas como Massimo Recalcati o Julia Kristeva. Habida cuenta de que quien dinamitó el ideal romántico del amor fue Freud, al escindir el amor del deseo, al concluir que la llegada de uno suponía la salida del otro del tablero.

Recalcati ha publicado en Anagrama Elogio del perdón en la vida amorosa (2015). Hay tramos interesantes en su propuesta, como la que reseña en el título y que habla de salvaguardar la estabilidad de la pareja por encima de todos los vaivenes que puedan darse. Recalcati es crítico con el pasado y no muestra tanta autoindulgencia como Julia Kristeva y Phillipe Sollers, iconos de la posmodernidad francesa, que han publicado ya en castellano «Del matrimonio considerado como una de las bellas artes» (2017), donde dan cuenta de sus 50 años de vida en común. Es increíble. Dos tipos redescubriendo una institución social que han denostado durante décadas, las que median entre 1960-1980, donde la libertad no conocía límites y donde hubo grandes avances sociales, pero donde se hacían y decían majaderías abisales. Algunas de ellas las siguen sosteniendo Kristeva y Sollers.

Al respecto, cuenta Pascal Bruckner: «Extraño destino el de una generación que ha querido reformar el corazón humano y redescubre alguno de sus códigos intangibles». Para Bruckner la pelota sigue estando donde estaba: en la tremenda complejidad que supone conciliar libertad con pertenencia. A fin de cuentas, sigue Bruckner, la libertad amorosa no aligera, carga. Resuelve menos problemas de los que multiplica paradojas.

Surge ahora el interés de ciertos autores por presentar el amor romántico como uno de los últimos refugios en la lucha contra el sistema de valores del capitalismo canalla. Esto carece de base racional alguna mas allá del infecto populismo. Parece que esta gente no ha leído al Arcipreste de Hita ni las descripciones del amor fantaseado por Yukio Mishima, por poner dos ejemplos distantes en el tiempo

No hay motivos suficientes para que en un debate sobre la esencia del nuevo orden amoroso tenga cabida la mayor o menor vigencia del capitalismo. Sí que tiene mucho más sentido teorizar sobre cómo cambian las relaciones humanas al ritmo frenético que marcan las redes sociales y todo lo que internet ha traído consigo. Como se plasma en Her, la genial película de Spike Jonze.

Con todo, como escribe con sanísima humildad mi colega Lola Morón en El País Semanal de hace unas semanas: «La neurociencia puede decir algo sobre la revuelta hormonal que se produce en la fase de enamoramiento sobre la feniletilamina y la dopamina. Pero del amor, que hablen los poetas». Ni poetas ni cineastas lograrán explicar la pasión amorosa, esa revolución inexplicable que puede poner nuestras vidas patas arriba en un momento. Porque el amor es un fragmento de vida que trae con él la lluvia, el sol, olores, sabores, risas, lágrimas, frustraciones, abandonos, dolor, etcétera. Sin que se sepa por qué, ni cómo ni cuándo€

Así que seguiremos añorando con Joan Didion aquella cabaña junto al recodo donde crecen los álamos. O tratando, como el huraño y solitario luthier de Un corazón en invierno, de que un rayo de sol se cuele en nuestro corazón blindado y nos derrita por dentro. Todo antes que permitir que el amor sea una enfermedad de la que haya que curarse. Porque no hay por qué excusarse por amar como amamos.