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Javier Cuervo

Oportunidades circenses

Stephen King consiguió que temieras a tu perro ("Cujo") tu gato ("Cementerio de animales") y tu coche ("Christine") pero no fue tan original cuando usó un payaso para aterrorizar ("It"). Los clown ya daban miedo antes de su novela y grima cuando aparecieron en mil objetos kitsch que recreaban en escayola y terciopelo al payaso triste o, peor aún, tierno.

De haber sido europeo, King habría usado a un mimo flaco, negro, mudo y pálido, que representa a una muerte de manera más verosímil que una vieja esquelética con una guadaña.

"It", el mejor estreno de terror del cine estadounidense, está haciendo un mal favor a los payasos, que llevan siglos intentando dar risa no miedo.

Nunca me gustó el circo pero no necesito que sea del Soleil para respetarlo. Ahora, fuera de los magníficos gimnastas con sus coreografías de cuerpos y luces de la franquicia canadiense, el circo tradicional está acosado por el paso del tiempo.

Si este espectáculo redondo supiera aprovechar su crisis, los payasos correrían por las gradas aterrorizando al público. Según los nuevos gustos, habría que lograr que los leones hicieran su vida por la calle y los domadores permanecieran enjaulados. En la mentalidad actual, sólo hay nobles seres vivos nacidos para la libertad o para abrazarse a ellos al natural o en forma de peluche cosido por un cachorro humano de un lejano país asiático. La lucha de especies venció a la de clases.

Un equilibrista tampoco tiene por qué caminar sobre alambres altos si puede aplicar lo que hace a llegar a fin de mes antes de que el trapecista dé una charla de motivación para saltar, no de trapecio en trapecio sino de trabajo en trabajo, para saber caer y levantarse sin que importen los huesos rotos.

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