La lectura de un texto del filósofo Javier Gomá, haciendo referencia a la propensión ciudadana a «escurrir el bulto», y la sugerencia de algún buen amigo animándome a escribir unas líneas, me lleva a hacerlo sobre la cuestión catalana ante la sucesión de los últimos acontecimientos. Efectivamente, ya no es sólo una minoría selecta de políticos la que tiene que dar solución al problema, sino una mayoría inquieta de ciudadanos la que debe comprometer su opinión al respecto. Es el buen sentido - según Descartes, el mejor repartido del mundo, Discurso del método- el que debe imperar, y es al buen sentido al que recurro para afirmar que es con el entendimiento, la moderación en la exposición y la aceptación de las discrepancias, como deberá recorrerse el camino que lleve al marco legal negociado para la superación del conflicto.

Desde posiciones democráticas no se pueden ignorar las diferencias y negar las posiciones del otro supone lógicamente debilitar las del conjunto. Es claro que en la cuestión catalana existen temas pendientes que merecen reconocimiento, e ignorarlas sin aceptar la parte de responsabilidad que corresponde a cada cual, supone faltar a la realidad. Los ideales requieren contar con realidades. Cierto es que existe la esperanza, a comprobar, de que con la gestión independiente catalana podrían obtenerse mejores resultados que con los actuales, pero también lo es que con la reforma consensuada de la actual estructura del Estado en favor de una equilibrada, federal, confederal, con los matices que se quiera, se podrían evitar los perjuicios bilaterales. Ocultar lo que nos une y acentuar lo que nos separa, no es la solución. Como también la nueva política no puede ignorar las enseñanzas del pasado. A este respecto el historiador Salvador Albiñana, en la exposición que prepara, a celebrar en La Nau, sobre Juan Negrín, me muestra un texto de Rovira y Virgili -«España y Cataluña. Lo que nos une»- que, en el caso de los valencianos, y obviamente de los catalanes, debiera ser tomado en consideración. Cierto es que también podría aportarse un texto que recogiera lo que nos desune, pero aceptando en cualquier caso el juego democrático en su ponderación.

La apuesta por el país que se quiere construir requiere analizar las consecuencias del proceso, cuestionarse sobre lo que se deja y hacerlo sobre el marco jurídico, económico, y político al que se quiere ir. Cuestiones todas ellas que no pueden ignorarse. Hoy, el discreto encanto del entendimiento está minusvalorado, lo moderado no se lleva, los matices son rechazados, y serán precisamente los matices los que subsistirán y serán las distintas opciones las que se irán agrupando bajo unas u otras siglas cuando las banderas dejen paso a las ideas. La razón es el asidero que nos queda a los demócratas para resolver las diferencias. Ignorar la moderación supone hacer el juego a los que quieren el enfrentamiento desde posiciones distantes, ignorando los perjuicios, por razones partidistas. Con fines diversos a los de resolver el problema pendiente mediante un proceso que parece quiere rechazar más la actuación negativa del Gobierno central, que a un Estado que se dice querer abandonar, sin hacerlo de alguna de las instituciones de las que se forma parte, incluso de la propia nacionalidad.