Puede que tras el 1 de octubre escuchemos o leamos en los medios que «finalmente se impuso el Estado de derecho». O tal vez que «Cataluña logró su referéndum». Incluso también ciertas noticias que confío nunca lleguen a suceder.

A falta de pocos días, es imprevisible lo que pueda acontecer el próximo 1-O. Puede que al final haya urnas, papeletas y millones de ciudadanos ansiosos por votar, puede, pero lo que no creo que haya ese día en Catalunya es un referéndum. Votar, tal se vote. También se votó el 9 de noviembre de 2014, pero ni entonces hubo referéndum ni esta vez lo habrá. Una convocatoria que no se ajusta a ley, que no se ha sabido ni querido negociar políticamente y en la que no participan los que son contarios a que se celebre, no es un referéndum sino un circo en el que todo se ha complicado tanto, que si Carles Puigdemont cometiera el error de declarar unilateralmente la secesión de Catalunya, la fiscalía podría ordenar su inmediata detención por delito de rebelión.

El Govern está empecinado en mantener una convocatoria que no se ajusta a ley. Una convocatoria que no cuenta con el respaldo internacional. Una convocatoria que jamás daría como resultado una república aunque venciera el sí. ¿Por qué entonces tanta obcecación en vez de diálogo? Evidentemente porque el presidente Rajoy se ha negado a reconocer el problema catalán y a negociar para resolverlo, porque es un inepto, Puigdemont un obcecado y la única salida que le queda al independentismo es provocar reacciones del Gobierno español que le beneficien victimizándolo. De hecho, algunos hablan ya de presos políticos en España (la populista confusión entre presos políticos y políticos presos) y sería un logro propagandístico para el nacionalismo catalán que las portadas de la prensa nacional e internacional mostraran la imagen de Puigdemont detenido junto a un puñado de políticos independentistas.

Ante este panorama me planteo varias cuestiones:

¿Siendo que estamos ante un fracaso de la clase política, puede alguien decirme dónde están los grandes estadistas —que haberlos, los hay— capaces de llegar a un acuerdo basado en lo racional y legal y no sólo en entelequias?

¿Nadie ha reparado que tanto Quebec como Escocia tuvieron sus respectivos referendos y no ocurrió absolutamente nada que haya interferido en la estabilidad política de los países donde ambos territorios están integrados?

¿Tanto cuesta, desde el españolismo, entender que la cuestión del referéndum (y la del independentismo catalán) no es un dislate caprichoso que deba desecharse sin más, sino un problema real y una manifestación del inalienable derecho de la ciudadanía a ejercer su voluntad?

¿Tanto cuesta, desde el independentismo, reconocer que la legislación actual impide la celebración del referéndum al que sin duda tienen derecho los catalanes, aunque sea sólo desde la lógica que regula libertad de opinión y elección?

¿Por qué son tantos los que ponen pegas para modificar la Constitución y permitir así que el referéndum catalán pueda celebrarse? La Constitución no es una frágil e intocable taza de porcelana, y no se romperá por más que se la retoque y se le introduzcan cambios. ¿O acaso hubo algún problema para llevar a cabo la reforma constitucional 2011 que modificó el artículo 135? ¿Se rompió entonces la taza?

Podría plantear más preguntas respecto al miedo de algunos a que se dé luz verde a este referéndum, por si acaso se pide otro a continuación el carácter hereditario de la transmisión de la Jefatura del Estado, por ejemplo. Pero ese no es el tema que ahora nos ocupa. Todo se andará. Bastante tenemos por ahora con resolver el problema que nos ha caído encima.