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Foto en la Casa Blanca

Por fin tiene nuestro presidente del Gobierno la foto que tanto ansiaba y la que, en su opinión y las de sus colaboradores, más le puede ayudar en su campaña nacional contra el referéndum catalán.

Dudo, sin embargo, de que la imagen de un personaje como Donald Trump poniendo paternalistamente la mano en el hombro de Mariano Rajoy, como en su día la puso George W. Bush en el del Aznar de la guerra de Irak, vaya a servirle de gran cosa en Cataluña.

Parece que el equipo de nuestro presidente se ha preocupado más de conseguir el apoyo, meramente verbal, del polémico ocupante de la Casa Blanca que el de sus mucho más discretos colegas europeos. O al menos que ha tenido más éxito en ese empeño.

Seguramente ayudaron a Rajoy algunos gestos como el de declarar persona non grata al embajador norcoreano en España o las continuas reprimendas públicas al Gobierno del ciertamente poco presentable Nicolás Maduro.

Mientras Rajoy saboreaba las mieles del éxito diplomático en Washington, la prensa publicaba aquí la noticia del conflicto laboral protagonizado por una empresa adjudicataria estadounidense que opera en la base de Rota y que ha procedido a despidos y rebaja de sueldos de sus trabajadores españoles. Pero eso son simples minucias laborales.

"España es un gran país", dijo Trump en Washington, fiel a su estilo hiperbólico y en total sintonía con su visitante. Y añadió que sería "una tontería" que los catalanes decidiesen no seguir unidos a ella.

Se ve que el presidente de EEUU, cuya ignorancia de todo lo que no sea el mundo de los negocios es pública y notoria, estaba esta vez bien aleccionado o que se limitó a repetir ante la prensa lo que acababa de susurrarle el propio Rajoy.

Mientras eso sucedía en la Casa Blanca, en Cataluña el Estado ordenaba a través de sus fiscales precintar colegios electorales, prohibir el acceso a los mismos y cualquier votación en sus proximidades mientras la cada vez más rebelde CUP se ocupaba de organizar "comités de defensa del referéndum".

Y en la Andalucía más profunda algunas gentes salían a despedir a las fuerzas del orden que el Estado despachaba a Cataluña con banderas españolas y al grito de "¡oé, oé, a por ellos" mientras el delegado del Gobierno en aquella región decía sentir orgullo por las exhibiciones de patriotismo que había visto.

Y un filósofo vasco acusaba indiscriminadamente de "cobardía generalizada" a los intelectuales del país por no hacer frente al desafío catalán como éste se merece.

La descarada manipulación del electorado y pérdida del sentido de la realidad de unos y la política del palo sin la correspondiente zanahoria de otros sólo puede conducir al desastre.

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