A comienzos de 2016, en las vísperas del 400 aniversario de la muerte de Cervantes, surgió la idea de unirnos al homenaje a este genio universal, dedicando nuestro II Congreso Internacional América-Europa, Europa-América -cuya primera edición se celebró en julio de 2015 en la Universitat Politècnica de València- a los Valores de El Quijote y su influencia o no, en nuestra sociedad actual, en cualquiera de las cinco áreas -política, economía, sociedad, pensamiento y ciencia- a las que dedicábamos nuestro congreso. A finales de ese año 2016, lanzamos la primera convocatoria de este congreso que íbamos a trasladar a tierras de La Mancha, en el entorno dónde nació el personaje más universal de los creados por Cervantes: aquel ingenioso hidalgo que asumió el nombre de Quijote.

Nuestros institutos Inauco e IBEM han culminado, con la celebración en junio de este año, tal compromiso, y así han cumplido la bianualidad de estos congresos, junto al Máster de Gestión Cultural de la UPV y el Centro de Estudios del Lugar de la Mancha, de Villanueva de los Infantes, que ofreció su sede, en pleno Campo de Montiel, para que, excepcionalmente, esta segunda edición tuviera lugar fuera del campus de la Universitat Politècnica de València y en el entorno natural donde se iniciaron aquellas aventuras sin par del caballero de La Mancha. Realizamos así ese llamado a la conciencia y recordamos la expresión admirable de ideas y sentimientos en torno a la justicia, la reciprocidad, la igualdad y la solidaridad. Creemos que ha sido nuestra mejor contribución al homenaje de estas figuras insignes, tanto del autor como de su criatura, y estas a ideas.

Hemos seleccionado unas cuantas de las ponencias y comunicaciones quijotescas que nos han parecido más notables de este congreso. En la presentación de aquellas Sesiones Cervantistas-Quijotistas, en el programa incluí una cita de mi trabajo El quijotismo coral en nuestra América: «Don Quijote es el arquetipo de ese imperativo moral que nos hace luchar por la justicia y la verdad pese a estar en posición desventajosa, pese a llevar un armamento insuficiente, porque hay algo que nos atormenta, que nos remueve las entrañas, que nos hace gritar, a pesar de todos los riesgos, de los anuncios de ser portavoces de causas perdidas. ¡Qué risa! Nada está perdido si tu corazón no se traiciona».

A partir del valor de la igualdad, la lucha por la justicia y la práctica del apoyo solidario y la reciprocidad mutuamente beneficiosa, se reflexiona en esta obra inmortal, en ese doble quijotismo, el profético y el coral, fieles ambos al espíritu de exigencia ética, en lo personal y en el comunitario.

En el próximo número de la Revista iberomarecina de autogestión y acción comunal (Ridaa), del Inauco se incluyen autores y personas ciertamente todas ellas de estirpe quijotesca: el maestro José Luis Abellán y su lección admirable sobre los valores de El Quijote; Francisco Verano, que nos habló de su libro sobre Colombia, escenario mundial sobre métodos humanistas para construir la paz, esa paz que es también un gran valor quijotesco; o el premio Gigante del Espíritu de este año, Enrico Calamai, luchador infatigable por los derechos humanos, especialmente los perseguidos, maltratados, como los refugiados y emigrantes de esta hora, o antaño, en las dictaduras militares de los años 70 de Chile y Argentina, los desaparecidos de aquellas horas negras del terror desde el poder.

En esta relación de personas y personajes de tal calidad humana y tal enamoramiento por la libertad y la justicia, me quise sumar al homenaje a otra persona de excepcional condición: el escritor uruguayo José Enrique Rodó, del que se cumple en este año el centenario de su muerte, en Palermo, Sicilia, un uno de mayo de 1917. Rodó será recordado por aquel extraordinario ensayo dedicado a la juventud de América, escrito en plena juventud en 1900 y titulado Ariel, llamada a la regeneración, la identidad propia, la superación a lo mejor y más generoso de la condición humana.

He preferido, para esa ocasión del doble centenario, un artículo que escribió Rodó las vísperas de celebrarse el tercer centenario de Miguel de Cervantes y que incluyó en su libro El camino de Paros, en 1917, el último año de su vida. Ese artículo se titulaba como este artículo, La filosofía de El Quijote y el descubrimiento de América. En el mismo se refiere a la gran ofrenda que se debe a su más alto representante espiritual que fue, a la vez, el mayor prosista del Renacimiento. «La ocasión obliga con igual imperio -señala Rodó- a esta América nuestra. El sentimiento del pasado original? Nunca se representaría mejor para la América de habla castellana que en la figura de Miguel de Cervantes».

Se refiere el escritor uruguayo a quiénes podrían representar mejor el vínculo entre España y América y recuerda la imagen de Isabel la Católica, los portentosos capitanes de la Conquista, los colonizadores o misioneros, para concluir que hay entre el genio de Cervantes y la aparición de América en el orbe, profunda correlación histórica. El descubrimiento, la conquista de América son la obra magna del Renacimiento español, y el verbo de este Renacimiento es la novela de Cervantes. La filosofía de El Quijote es, pues, la filosofía de la conquista de América. La radical transformación de sentimientos, de ideas, de costumbres, para la que el hallazgo del hemisferio ignorado fue causa concurrente para que América renazca en la actitud de la acción conjunta y solidaria.

El sentido crítico de El Quijote tiene por complemento afirmativo la grande empresa de España, que es la conquista de América. «Y así el nombre de Migue de Cervantes, no solo por la suprema representación de la lengua, sino también por el carácter de su obra y el significado ideal que hay en ella, puede servir de vinculo imperecedero que recuerde a América y Espala, la unidad de su historia y la fraternidad de sus destinos».

En esta hora de los enanos, egoístas y avariciosos unos, y de fanático aldeanismo mezquino, los otros, ante el triste espectáculo de tales miserias, aquí y allá, resulta reconfortante oír la voz de dos gigantes del espíritu, Cervantes y Rodó, que en su lenguaje sin par disipan todas esas nieblas del enanismo desencadenado y nos abren el horizonte luminoso de la esperanza. Después de esto creo que no conviene añadir nada más.