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El Niño de la Bomba y el Reino de Syldavia

De Corea del Norte a Cataluña

El pequeño rey de Corea ha llamado viejo chocho a Donald Trump, que al parecer ya chocheaba de joven; y en justa represalia, el aludido emperador amenaza con borrar del mapa al gordito Kim Jong-un y a sus flacos súbditos.

Esto, que parece sacado de la trama de un tebeo de Tintín, sucede nada menos que en 2017, año que debiera ser de las luces y no de los petardos atómicos.

La realidad ha acabado por imitar al cómic incluso en España, donde nacen Estados de Syldavia tan imaginarios y divertidos como el que ideó Hergé, el padre belga de Tintín, Milú y el capitán Haddock. Ni siquiera el bueno de Haddock, famoso borracho, hubiera imaginado en sus delirium tremens la eclosión de una monarquía comunista hereditaria como la que gobierna con mano gordezuela pero dura el pintoresco Kim Jong-un.

El chaval, que no tiene mucha cabeza, pero sí un montón de cabezas atómicas, ha heredado de su padre Kim Jong-il y de su abuelo Kim Il-sung la afición a los fuegos de artificio. Si sus mayores se limitaban a tirar un par de bombas cada diez años, el jovencito Kim (que comparte nombre y tamaño de culo con una de las Kardashian) ha decidido acelerar el proceso lanzando a los aires unos cuantos cohetes cada trimestre.

Travieso como corresponde a su edad mental, el pequeño de la dinastía Kim no para de divertirse con los juguetes explosivos que le dejaron los Reyes, que en este caso son efectivamente los padres.

Hasta ahora tenía acongojados con sus juegos a sus vecinos de Corea del Sur y Japón; pero últimamente ha decidido subir la apuesta y amenazar a los mismísimos Estados Unidos con la bomba H. Y lo peor es que enfrente tiene a un tipo casi tan tronado como él.

En la Guerra Fría del siglo XX había tantas bombas atómicas en la alacena como hoy, si bien el principio de destrucción mutua asegurada garantizaba que ni los USA ni la URSS apretarían el disparador. Para eso tenían un teléfono rojo que los ponía en línea directa si las cosas se ponían calientes, como en la crisis de los misiles de Cuba.

Con Kim Jong-un, al que ha venido a sumarse Trump para que el coro de orates esté completo, aquella vieja seguridad ya no existe. Nadie está en condiciones de asegurar que el Niño de la Bomba, hijo y nieto de dictadores como si de una saga taurina se tratase, no vaya a excederse en alguna de sus habituales travesuras. De un rapaz aficionado a los Ferraris y a la pirotecnia nuclear puede esperarse cualquier cosa.

Comparada con esta amenaza, la posibilidad de que España, uno de los más viejos Estados de Europa, estalle en pedazos y altere los equilibrios de la UE es una cuestión de orden menor, aunque no carente de importancia.

Hay quien se toma a broma el nacimiento de nuevos reinos de Syldavia, que hasta ahora pertenecían al género de ficción; pero los sucesos de los últimos días invitan a pensar que se trata de un asunto muy serio, por más que evoque el guion de un tebeo.

Abrumados por las bravatas del Niño de la Bomba y, a escala local, por la tozudez levemente cerril de los gobernantes de futuras Syldavias, los ciudadanos de este siglo del cambalache empezamos a habituarnos a vivir peligrosamente. Más que un teléfono rojo como el de antaño, lo que vamos necesitando ya es un buen pelotón de psiquiatras.

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