Los casi cien nuevos diputados de nueva extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD que ocuparán sus escaños en el Bundestag inauguran un nuevo ciclo político para su país, pero también para el resto de la Unión Europea por varios motivos. Por un lado, han logrado captar apoyos de los dos grandes partidos situados a la derecha e izquierda del arco político y que sostenían la gran coalición del gobierno germano: AfD ha triplicado sus votos en el Parlamento en poco más de cuatro años y también ha aumentado el número de representantes locales en 13 de los 16 länders en apenas dos años.

Pero lo relevante de estas elecciones -y lo que obliga a reformular la tesis sobre el apoyo a los radicalismos de extrema derecha- es que han crecido en un contexto de bonanza económica para Alemania, a diferencia de los pasados comicios celebrados en uno de los momentos más duros para los alemanes desde que se inició la crisis económica. Precisamente 2013 fue el año en el que AfD en pocos meses se registró y se presentó por primera vez a unas elecciones, quedándose a las puertas del Bundestag. Ahora el partido que más recuerda al nacionalsocialismo alemán tras la II Guerra Mundial por su mensaje xenófobo y racista se ha instalado en los länders más desfavorecidos, con mayores tasas de desigualdad e inmigración, como se esperaba que sucediera.

Pero también se ha expandido en las regiones con menos diferencias sociales y refugiados, donde sus votantes desconfían de la gestión de las élites políticas y a quienes les preocupa la inseguridad tras los atentados terroristas en toda Europa. Un fenómeno similar al sucedido en países del norte de Europa como Dinamarca, Suecia y Noruega, donde la nueva extrema derecha -dirigida por mujeres y hombres de mediana edad, profesionales y desvinculados de los fascismos del siglo pasado- han abandonado su condición de episódica para convertirse en asidua en el juego político. No en balde, AfD ha presentado como una de sus líderes a Alice Weidel, doctora en economía, lesbiana y con dos hijos. El resultado del partido alemán se puede considerar un éxito sin paliativos.

No obstante, a partir de ahora los nuevos diputados de AfD deberán demostrar su capacidad para ejercer la oposición y además mantener la estabilidad dentro de la formación, ya que como ha sucedido en Francia o Reino Unido, tras las elecciones las formaciones radicales sufren crisis de identidad y liderazgo en las que emergen los nostálgicos de los totalitarismos. Además, en los próximos meses se desvelará la capacidad de influencia de los extremistas alemanes sobre sus homólogos europeos. No hay que olvidar que AfD, tras la victoria de Donald Trump, convocó a los máximos representantes de la nueva extrema derecha europea en Colonia para inaugurar «el nuevo despertar de los pueblos europeos». Desde entonces, los radicales se han fortalecido en las instituciones de la UE y bajo la bandera del miedo, siguen captando nuevos votantes, de todas las edades, géneros y clase sociales porque el odio actúa como un cohesionador en tiempos de crisis y, parece ser, también en los felices.