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Un ojo de la cara

He seguido la crisis catalana, que remató el domingo sangriento, a ratitos y saltando de la Primera a TV3. Confirmo que somos un tipo de gente que tras cuarenta años de paz, libertad y prosperidad razonables, nos cansamos rápidamente de todo eso, tan aburrido, tan inconsistente, pronunciamos palabras gruesas que huelen a pólvora -"Madrid será la tumba del fascismo", decía una pancarta claramente excesiva - y nos apuntamos al alboroto con entusiasmo simétrico. El Gobierno en plan "la maté porque era mía" y el Govern en su papel, tan ensayado, de pasivo agresivo: él es siempre el atropellado, España es muy bestia, etcétera.

Como todas las batallas modernas se juegan en los medios, Mariano Rajoy debe de saber que ésta última la ha perdido por goleada: ahí es nada una colección de fotos de robocop atizándole a una urna. La ley es el recurso preferido del Gobierno, pero una de sus paradojas -y no es la única- es que su fundamento y corolario es la fuerza. Hay ley porque hay fuerza para aplicarla con lo que la invocación, obsesiva, a la ley, delata adicción a la fuerza y ya se sabe que uno de los sueños húmedos de nuestra derecha es la ocupación de Barcelona cada medio siglo: para que aprendan. Cuidado con el lado oscuro de la fuerza.

Otra cosa: constato la desaparición casi total del periodismo televisivo en Madrid y Barcelona a favor de los cruzados de la causa. Más que reporteros, entregados hinchas con flores a la Virgen de Montserrat o al Santo Niño de Atocha, da igual. Cuidado, si seguimos así se nos acabarán todas las energías políticas y ya sólo podremos contar con las fuerzas de interposición de Naciones Unidas y el euroejército de Mutti Merkel. De momento, los dos, Rajoy y Carles Puigdemont, se fueron a dormir con la sensación de haber acumulado mas adhesiones inquebrantables, que son de la materia que está hecha la carne de cañón. Si no es pedir mucho, echemos a este Gobierno de chorizos, recuperemos el diálogo y hablemos sin apremios que el procés y su contención ya nos ha costado un ojo de la cara.

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