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El diálogo imposible

Todos lamentamos los sucedido en Barcelona el domingo. Pero la responsabilidad política de Trapero, Puigdemont, Junqueras y Forcadell es tremenda. Y las escenas de desalojos de Policia Nacional de hoteles recuerdan las páginas más negras vividas en el siglo XX.

La palabra más bella que nos legó la filosofía griega ´logos´, palabra que nombra, que desvela el ser mismo de las cosas, razón y sentido . La palabra Diálogo, «hacer un logos entre dos», el sentido que le dio Platón en sus maravillosos Diálogos y que tan bien glosara y nos enseñara a leer el maestro Emilio Lledó en su Memoria del Logos. Qué por los suelos hemos dado en rodar al viejo vocablo de la democracia ateniense, y que lejos estamos de su hondo y profundo sentido.

¿Es posible en estos dramáticos momentos de la hora de España un diálogo entre el Gobierno y el Govern de la Generalitat? Siento disentir de muchos planteamientos, algunos groseramente interesados partidistamente, otros no, al respecto. No, no creo que en estos momentos sea posible diálogo alguno entre Gobierno y Generalitat de Cataluña. Y trataré de explicar mis razones.

Con independencia de quién ocupase la Presidencia del Gobierno ( y conozco de primera mano lo sucedido desde 2006 con el Estatut de Cataluña hasta nuestros días en el enmarañado y frustrado acercamiento entre el Estado y la Generalitat catalana) ningún Presidente de ese Gobierno puede negociar la independencia pactada de Cataluña. Ninguno. Por otro lado, Puigdemont dice querer hablar con observadores internacionales de por medio. Por descontado Rajoy no contesta. ¿Por qué motivos?. En ese presunto diálogo, tras lo sucedido en Cataluña, incumplimiento de la Constitución, sentencias del Tribunal Constitucional, referémdum ilegal y anuncio de una declaración unilateral de independencia, ¿qué a va a dialogar el Presidente del Gobierno?. Por favor, no me digan que eso podría haberse evitado. Lo sé y bastante lo lamento. Y lo sé muy bien, quizá lo cuente con detalle algún día. Hoy no es el momento. Puigdemont no puede renunciar a la independencia, qué vendería a los suyos hoy, lo que sí puede es retrasarla a fin de ganar tiempo político, pero para proclamarla no para otra cosa, ya no puede hacer otra cosa. Y ese es su drama y el de toda Cataluña con él, incluido el independentismo catalán que logrará fracturar tanto o más que a la propia sociedad catalana, y por descontado cualquier proyecto futuro que se sustente en esa desastrosa política.

Rajoy por su lado puede hacer varias cosas, menos una: el Presidente del Gobierno puede dialogar con el Presidente de la Generalitat, no con Puigdemont, eso ya es imposible. Porque Puigdemont se ha situado voluntariamente fuera de la Constitución y de toda legalidad vigente; es un golpista. Y con gentes que dan golpes de Estado además desde dentro de las instituciones democráticas del mismo, como es la Generalitat de Cataluña, no se dialoga.

Pero es que aunque así no fuera el Presidente del gobierno, el que fuese el presidente, no puede sino negociar el llamado «encaje» de Cataluña en España, no cómo se va Cataluña de España. Eso no se puede negociar. Y por ello no hablo de diálogo imposible. No se dará. En mucho tiempo.

Sé que hay gentes que creen que el problema son los interlocutores. No estoy de acuerdo. No se puede situar al mismo nivel «dialógico» y de legitimidad al gobierno democrático de España y a un golpista. Es imposible. Para este y para otro cualquiera gobierno español que siguiera, claro ,dentro de la Constitución del 78.

¿Qué hacer entonces? Muy dificil salida. Los próximos días nos dirán cómo terminará este episodio dramático de nuestra historia presente. Lo mejor y más sensato, salida de Puigdemont de la Generalitat, convocatoria de elecciones autonómicas catalanas y entonces sí, y por ese orden de los factores que en este caso sí altera el producto, negociación política abierta del nuevo encaje de Cataluña en España y de España en Cataluña: que ese es el único diálogo que cabe en el marco de nuestra Constitución y del propio y actual Estatut de Cataluña.

Nunca había pensado, el otro día lo comentaba con Amelia Valcárcel, que en nuestras vidas veríamos un nuevo 1934. Ochenta y tres años nos separan de la proclamación del Estado catalán por Companys que la República aplastó de manera contundente en seis horas. Nunca habría creído que vería de nuevo un proceso semejante. También digo a los republicanos españoles que tienen suerte de que España sea una Monarquía Parlamentaria. Les trata bastante mejor que lo hizo la Segunda república española en 1934 en adelante.

Todos lamentamos los sucedido en Barcelona el domingo 1 de Octubre. Pero la responsabilidad política de Trapero, Puigdemont, Junqueras y Forcadell es tremenda. Y las escenas que estamos contemplando de desalojos de Policia Nacional y Guardia Civil de hoteles en Calella, Reus o la propia Barcelona recuerdan lamentablemente las páginas más negras vividas en el siglo XX europeo. Y en España, en los años de plomo, del terrorismo etarra en el País Vasco. He asistido, como diputado, a varios entierros de compañeros del PP y del PSOE en el País Vasco y todavía no he perdido ni la dignidad ni la memoria.

Quiero a Cataluña. Y quiero a España. Quiero una Cataluña en España y no concibo una España sin Cataluña. Y quizá no fuera mala cosa releer hoy la «Oda a España» de Joan Maragall. Ayudaría a comprender, a todos.

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