Todo cambia, nada permanece. Y cambian también las expresiones de entusiasmo popular. Hace tiempo, no demasiado, el público que asistía a un espectáculo exteriorizaba su satisfacción aplaudiendo y su descontento, pateando y silbando. Esta conducta era de obligado cumplimiento en locales cerrados -teatros, auditorios, etc.-, aunque, como es lógico, se relajaba en recintos de mayor aforo y en actos bullangueros. En recitales de rock, por ejemplo, el fervor estallaba en forma de gritos; algunos, según modos llegados de los USA, incluso se dedicaban a soltar silbidos atronadores. Pues bien: ese viejo orden, pautado como un minuetto, pasó a la historia. Hace unos días asistí en primera fila a un concierto de cámara donde un impetuoso violinista, una sensitiva viola y un comedido violonchelo ejecutaron delicadas piezas de los siglos XVIII y XIX. El aire se llenó de armonías en medio de un silencio reverencial. Con el brillante acorde final de la última obra el entusiasmo se desbordó en un fragor de aplausos€ entre el público de mediana edad. Porque los más jóvenes prorrumpieron en pateos y silbidos. Tras el respingo de rigor, di media vuelta, pero al ver que sonreían felices me tranquilicé: estaban encantados. Por lo visto, el encanto entre los millenials se expresa con la misma forma y contundencia con que antes manifestábamos nuestro más absoluto rechazo. El vaivén del péndulo de la vida.Por otra parte, me sorprende la pujanza de un novedoso elemento que hace furor en librerías y papelerías: el libro de colorear para adultos. Lo de «para adultos» no tiene ningún resabio erótico, se limita a reseñar que los libros en cuestión están destinados a personas que dejaron atrás la niñez hace bastantes años.

Los hay de todo tipo: elegantísimos volúmenes de encuadernación rígida y funcionales cuadernos de tapa blanda, tamaño bolsillo y formato coffee-table book; en cuanto al contenido, hay mandalas orientales, animalitos de mirada ingenua, flores dignas del art-déco más inflamado y paisajes oníricos. El único punto en común es que no contienen modelos para imitar. Sus beneficios: al estresado ciudadano contemporáneo se le garantiza sosiego y tranquilidad mental mientras esté concentrado en la tarea de rellenar con lápices de colores los espacios en blanco. En suma, se trata de un recurso terapéutico de andar por casa, un complemento de las socorridas sopas de letras y los intrigantes sudokus que, aseguran, son mano de santo para mantener ágiles y dicharacheras las neuronas. Los tradicionales paseos, el silencio, la inmersión en una novela o en una obra musical han perdido validez. Hoy es preciso volver a los orígenes en el sentido más literal de la expresión. Regresar a los pasatiempos en la edad adulta es un acto de nostalgia, verse de nuevo en aquellas aulas de la infancia, con diminutas mesas y sillas de formica verde claro. Colorear otra vez y, como antes, no salirse del dibujo... Igual de difícil que entonces.