Después de tanto esperpento y en estos días en los que la «vergonya» ha estado tan presente en mi ser, me ha pasado algo tan humano y natural como es el impulso hacia la evasión, con la única finalidad de mitigar dolor e indignación. Así, he necesitado nutrir mi mente con series bajo demanda para olvidar, aunque sea por momentos, el festival represivo de poliéster de baja calidad en rojo y amarillo.
Me paso al technicolor, prefiero esas franjas, en digital, para disfrutar de papelones de los de verdad, los que interpretan actrices mayúsculas en producciones de igual tamaño, en historias que tengo la necesidad de recomendar a todo aquel que quiera relegar de su mente pensamientos informativos.
Me voy a HBO, si tuviera el poder de votar en los Emmy lo hubiese tenido complicado para elegir entre Nicole Kidman o Jessica Lange. Es como el qué quieres más, a papá o a mamá. «Big Little Liars» es una historia fascinantemente femenina en la que consigues olvidar toda la artificialidad de la toxina botulínica para disfrutar de la asombrosa naturalidad y credibilidad de la australiana que interpreta a una mujer maltratada, dura, con infinitos complejos matices.
Más que complicada era la relación entre Bette Davis y Joan Crawford. Esta lucha histórica de divas sólo podía ser obra de Ryan Murphy, un gurú televisivo experto en féminas, un Almódovar de la pequeña pantalla en el s XXI. La Lange se sale pero es que a la hora de sacar las uñas no se quién las tiene más largas, si ella o Susan Sarandon Baby Jane. Oro interpretativo para devorar. Ambas con un principio y un final que es lo bueno del formato miniserie, te quedas satisfecho y asumes la saciedad si quieres más capítulos, porque sabes que no los habrá. Esta es la tendencia televisiva y la veremos mucho en el futuro si hablamos de ficción. Porque en la realidad, cuando despiertas, ya se sabe, hay historias, algunas más horribles, que al contrario que las miniseries parecen que nunca tendrán final... Abstracción.
