Lo que sucedió el pasado 1 de octubre en Catalunya sobrepasa cualquier límite tolerable de decencia, por varios motivos que voy a intentar relacionar.

Antes quiero indicar que no tengo conocimientos de Derecho; soy profesor universitario en la Universitat Politècnica de València en una materia de Ingeniería que poco tiene que ver con el Derecho. En cualquier caso, no es de Derecho ni de legalidades, o pseudolegalidades, de lo que voy a escribir; hay ya demasiada gente que se escuda en esos conceptos para justificar sus ilógicos y erróneos planteamientos así como sus propias miserias.

¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, en un país teóricamente democrático, ocurran hechos como los que se vivieron en Catalunya el pasado 1 de octubre? ¿Cómo es posible que policías armados hasta los bigotes puedan cargar, con inusual virulencia, contra una población que de modo pacífico intentaba simplemente depositar una papeleta en una urna? Conozco la respuesta de los impresentables dirigentes políticos que tenemos la desgracia de sufrir: «El referéndum era ilegal»; «Habíamos avisado»; «La culpa es del Govern Català»;€

Ni siquiera voy a entrar a replicar estas excusas, porque sólo quiero hablar de sentido común, humanidad y de todas aquellas características que, al menos teóricamente, debieran diferenciarnos del resto de especies del reino animal. De todos modos, sí desearía lanzar una pregunta a esos dirigentes políticos: Si el referéndum es ilegal, si es una patochada, ¿no es mejor, no es más sencillo, no es menos arriesgado, no es más inteligente, dejar que se divierta la gente con su patochada y anular el resultado del referéndum por ilegalidad? Así se habrían evitado heridos, daños materiales, crispación,€ ¿O es que hay algún interés oculto que se me escapa?

El día 1 de octubre se vieron escenas verdaderamente escalofriantes que yo no veía desde mi época estudiantil en los años 70, y que creía que nunca más volvería a ver. Me equivocaba. Lo del domingo 1 de octubre fue una salvajada en toda regla, y el responsable no es el Govern Català, señores, NO DEJEN ENGAÑARSE. Los responsables son los que ordenaron a la Guardia Civil y Policía Nacional que el referéndum no debía realizarse bajo ningún concepto, y que tenían vía libre para utilizar los medios que creyeran oportunos. Les daba igual que pudieran haber mujeres, niños, personas mayores o con discapacidades físicas. Daba lo mismo; para ellos no eran más que una chusma de indeseables que pretendían votar y romper el orden constitucional. Era más útil a la sociedad a la que dicen servir, romper piernas, manos y cabezas.

El 1 de octubre la población catalana que salía pacíficamente a celebrar su referéndum, en un ambiente que me atrevería a calificar de festivo, no salía de su asombro. Con las manos levantadas y coreando «Som gent de pau» (somos gente pacífica) y con claveles en las manos, recibía porrazos a diestro y siniestro sin ningún miramiento, era arrastrada por los pelos y por el cuello, era agredida por la policía con balas de goma (por cierto, para los legalistas, prohibidas desde el año 2013 en Catalunya) y con gases lacrimógenos, y todo ello para alcanzar su preciadísimo tesoro: las urnas. El balance fue de 900 personas atendidas en hospitales catalanes (por supuesto que ningún policía entre ellas, lo que evidencia claramente la unidireccionalidad de la violencia), entre las que se encontraban niños (un niño de 6 años ingresó con el cuello dislocado, del que los médicos afirman que se quedará paralítico) y personas mayores (un señor de 70 años falleció en su traslado al hospital por parada cardiorrespiratoria después de haber sido agredido en una carga policial). Debo confesar que en estos momentos resbalan un par de lágrimas por mis mejillas, aunque no sabría decirles el motivo exacto: ¿quizás de dolor?, ¿pena?, ¿impotencia?, ¿constatación de la mezquindad que puede atesorar el género humano?; no lo sé a ciencia cierta, probablemente la causa sea una mezcla de todo ello.

Resulta difícil pensar que entre tantos miles de personas agredidas por la policía no hubiera ninguna respuesta violenta por parte de la población, ¿verdad?, pues todos tenemos nuestros límites de paciencia ante agresiones totalmente gratuitas e injustas; pero no, el pueblo catalán no respondió con la violencia, resistió el envite de un modo que puede quizás resultar difícil de entender. La explicación es sencilla: el pueblo catalán es así, sensato, abierto, dialogante, democrático, tolerante y pacífico.

¿Cómo es posible que el Gobierno español tenga la vergüenza de hablar de proporcionalidad en las actuaciones policiales? ¿Cómo es posible que diga, sin sonrojarse, que la población catalana hizo uso de niños pequeños y personas mayores como escudo, y que por ello algunos resultaron lamentablemente heridos? ¿Se puede ser más cínico? ¿Se puede ser más ruin? ¿Se puede ser más insensible? ¿Se puede ser más inhumano? ¿Se puede ser más despreciable?

Al final tendremos que convenir que aquellas características que deben diferenciarnos del resto de especies del reino animal a las que antes me refería, realmente sí lo hacen, aunque, por desgracia para el género humano, en el sentido opuesto al que debería ser; parece que son el resto de especies animales las que nos llevan ventaja.

La responsabilidad última de los gravísimos hechos acaecidos el pasado 1 de octubre no son pues, NO DEJEN ENGAÑARSE, del Govern Català; hasta me atrevería a decir que ni siquiera del Gobierno de España, sino de todos los que permitimos con nuestros votos que tipejos de la calaña de los dirigentes del Gobierno de España campen a sus anchas, sin ningún respeto a nada ni a nadie.

Me gustaría pensar que el Gobierno de España se dará cuenta de su error y será capaz de pedir disculpas a la sociedad española por sus desproporcionadas actuaciones policiales. Desgraciadamente, creo que pensar así sería pecar de candidez, pues el reconocimiento de errores y petición de disculpas son virtudes reservadas para gente inteligente. Sería como pedir peras al olmo, sería como esperar que un cerdo bailase «El lago de los cisnes».

De todos modos, espero y deseo con todas mis fuerzas (no sé si incurro en otro pecado de candidez) que la comunidad internacional tome cartas en el asunto cuanto antes, poniendo todos los medios a su alcance para que sucesos como el relatado no vuelvan a ocurrir nunca más.