Democracia es votar». En sentido estricto, así es. Proviene del griego «demos» (pueblo) y «cracia» (poder). El poder para el pueblo. Votar es la mejor manera de brindárselo. Sin embargo, las democracias modernas no se sustentan únicamente en el sufragio. Para que sean consideradas tales, también es imprescindible el Estado de Derecho. Que blinde a los ciudadanos de las arbitrariedades del poder, incluso del que emana de ellos mismos. Que no permita -por ejemplo- que el legislativo dicte una ley por la que se deba apedrear a los homosexuales, por mucho que haya sido aprobada por la mayoría. Que no tolere tampoco que jueces o presidentes tomen decisiones injustas. Que permita a los ciudadanos conocer de antemano cuáles serán las consecuencias de sus acciones, si éstas infringen las normas de convivencia. Que establezca la separación de poderes. Sin estos ingredientes, de poco sirven las urnas. Y todos ellos suelen recogerse en las constituciones. Despreciarlos -como hemos visto estos días- no suele traer buenos resultados.

El Estado tiene un problema muy serio en Cataluña. La mitad de su población y una administración entera no reconocen la validez de ese marco normativo. Por eso los Mossos no cerraron los colegios el pasado fin de semana. Por eso miles de catalanes llevan días en la calle. Por eso Puigdemont se siente legitimado. Sacar a la gente a la calle es muy fácil; lo difícil es que vuelva a su casa. No es una minoría radical. Pero creen que un sistema al que sin duda han contribuido -a ver si no con quién han pactado 30 años PP y PSOE- no les representa. Razón no les falta en que es bastante mejorable. Y no ayuda que quienes deben defenderlo carezcan de credibilidad -escuchar a según quien hablar de respeto a las leyes da de todo menos risa-. Así que muchos catalanes piensan -no sin cierta ingenuidad y sin mirar demasiado a Andorra y Suiza- que ellos solos votarían mucho mejor. Al fin y al cabo, son libres de preferir que les roben los suyos. Llevamos años tratando como un problema judicial lo que era un problema político; demasiado tiempo sin tomar decisiones ante el aumento de ese descontento, sin ofrecer alternativas.Decía estos días Pérez-Reverte que es imperdonable el amargo papel y la peligrosa encerrona que Rajoy les ha hecho a diez mil policías y guardias civiles. Si únicamente nos ponemos el anteojo judicial, les sacó de sus casas unos días antes para ponerles frente a la gente mientras los responsables políticos del referéndum votaban tranquilamente. Es injustificable que la respuesta venga el mismo domingo por la mañana -la orden de cerrar los colegios era del miércoles- y sólo contra quienes protestaban, impidiendo que se cumpliera el mandato judicial. Una se pregunta si -viendo que los Mossos no iban a hacerlo- no podrían haber ido la madrugada del viernes al sábado a los puntos de votación, desalojarlos, blindar las puertas y montar guardia. Nos habríamos ahorrado las imágenes del domingo. Y mucho dolor. No así. No en mi nombre. Puigdemont y Rajoy han dejado en manos de los ciudadanos y la policía en las calles lo que no han sido capaces de arreglar políticamente. Irresponsables. Porque nos ha salido terriblemente caro. Ahora no deberíamos repetir la equivocación de tratar como un asunto político lo ya es una cuestión social e institucional. Pero no parece que lo hayamos entendido. Oímos a nuestros políticos apelar al diálogo. Como si fuera posible razonar cuando se han azuzado los sentimientos. ¿De verdad alguien cree que la gente que estos días se manifiesta se contentaría a estas alturas con un acuerdo político entre Madrid y la Generalitat? ¿Y los que gritaban «a por ellos»?

Lo que hemos visto es tan grave y produce tanta tristeza, rabia e impotencia que la situación es irrecuperable. Odio, mucho odio. Desconfianza hacia el otro. ¿Se imaginan después de esto a la Policía o la Guardia Civil trabajando con los Mossos en la lucha antiyihadista? Agentes expulsados por la población. Periodistas abucheados en nombre de la libertad de expresión. Insultos. Violencia. Mentiras. Manipulación. Listas negras. Se han roto tantas cosas que va a ser imposible arreglarlas. Nunca llegué a pensar ver en gente que conozco comportamientos que describía Hannah Arendt en la Alemania de los años 30.

Ante esta locura, una se teme que -en realidad- ya da lo mismo si Cataluña se independiza o no. Bajo qué bandera se queda la sociedad en que nos hemos convertido. Con una neolengua que al desprecio por las leyes le llama democracia; en lugar de tratar de cambiarlas decidimos desobedecerlas. La ley de la selva, del más fuerte. Es muy tentador empezar de cero. Lejos de toda esta inmundicia. Pero -al fin y al cabo- tenemos que vivir rodeados de nuestros semejantes. La Historia nos enseña que es mejor reconciliarnos que tratar de someternos. Vayamos, por favor, al rincón de pensar.