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Inversión y desinversión

Yo veo un titular con la palabra «volatilidad» y leo el artículo, por lo menos el primer párrafo, para ver si funciona. Lo que echo en falta en los textos económicos es la ausencia del relato. Claro, que es lo mismo que echo en falta ahora mismo en los textos sobre literatura.

Nunca sé si debo leer los suplementos económicos de la prensa o pasarlos de largo. Me pregunto si están pensados para los pobres, los ricos, o las clases medias. Teóricamente, deberían dirigirse a los pobres, que son lo que más dificultades tienen para ganar dinero. Pero me temo que los leen (o les echan un vistazo al menos), fundamentalmente, los ricos, que sin duda no los necesitan. No creo que Amancio Ortega se hiciera millonario leyendo artículos de economía. Tampoco yo, pese a leer las crónicas sobre los encuentros futbolísticos más importantes de la temporada, me he hecho aficionado al deporte. Sigo a Nadal porque me interesa su vida y siento curiosidad por sus lesiones, pero ignoro por qué, en tenis, los puntos se cuentan de quince en quince o así. En general, me gustan los artículos que hablan de sí mismos; si además de hablar de sí mismos, tratan de una materia extraña, mejor. La economía es para mí una materia extraña, pero no acabo de encontrar un discurso que me convenza.

La semana pasada, en una cena de carácter institucional, me pusieron al lado de un empleado de banca que se ocupaba de los clientes importantes de su empresa. Les aconsejaba dónde invertir y en qué momento desinvertir, etc. Me confesó que no estaba contento con lo que hacía.

-No logro que nadie gane dinero con mis consejos ni que deje de perderlo con mis advertencias.

-¿Y eso? -pregunté.

-La volatilidad -dijo.

Me pregunté entonces cuándo entró la palabra «volatilidad» en mi vida. Diría que tarde, y no a través de la poesía, como cabría suponer por su belleza, sino de la economía. Yo veo un titular con esta palabra y leo artículo, por lo menos el primer párrafo, para ver si funciona. Lo que echo en falta en los textos económicos es la ausencia del relato. Claro, que es lo mismo que echo en falta ahora mismo en los textos sobre literatura. De ahí que me pregunte también si los suplementos literarios están pensados para la gente que lee o para la que no lee. A lo mejor no sirven ni a los primeros ni a los segundos. Quizá es el problema de los suplementos económicos: que no llegan a los ricos ni a los pobres.

Manos y narices

Tenemos el proteccionismo por un lado y el liberalismo por otro. Tales son las dos corrientes de fondo que mueven las aguas de la superficie. Algunos intentan ser mitad proteccionistas y mitad liberales, pero no les sale. Una amiga proteccionista se casó con un hombre liberal y se divorciaron a los diez meses, cuando al liberal se le torcieron los negocios y empezó a pedir protección. Es lo que hacen los mercantilistas cuando falla el mercado. Estamos hechos de contrarios que, en lugar de pactar, chocan. Los políticos deberían aprender de los escritores, divididos permanentemente entre lo que las palabras quieren decir y lo que ellos desean formular. Se sienta uno a escribir con intención de contar esto, y el lenguaje le conduce enseguida a contar aquello. Un texto literario es el resultado de un pacto entre lo que desean decir las palabras y lo que necesitamos expresar nosotros. Si solo mandaran las palabras, nuestros textos serían previsibles. Si solo mandáramos nosotros, serían intransitivos.

Debe de ocurrir algo parecido con la pintura. Uno coloca el pincel sobre el lienzo con idea de hacerlo discurrir en esta dirección, y se nos escapa en esta otra. La cuestión es que ni el pincel ni tú alcancéis vuestros objetivos, sino que el cuadro sea un híbrido entre tus intenciones y las suyas. El arte funciona así, entre el deseo y la realidad. La ciencia, posiblemente, también. En ocasiones buscando un remedio para la fiebre se encuentra la solución para la diarrea. He ahí una forma de negociación. Lo importante es acudir al laboratorio todos los días. Como decía aquel, la inspiración existe, pero es imprescindible que nos coja trabajando.

Los contrarios, en fin, no se excluyen en casi ninguna de las actividades humanas. Lejos de eso, se interpenetran para dar lugar a lo posible. Se dice con mucha frecuencia que la política es el arte de lo posible, pero se practica poco. Los liberales piden auxilio cuando baja la Bolsa, y los proteccionistas privatizan la electricidad cuando sube. Si a estas contradicciones se le añade la salsa de la corrupción, el guiso está hecho. Pero fíjense cómo huele. Si España tuviera manos y nariz, estaría utilizando aquella para taparse esta.

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