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El Gobierno se apunta su primera victoria

Una semana más, todas las miradas están puestas en Cataluña y en lo que ahí sucede. Que son muchas cosas. La semana comenzó con una monumental victoria propagandística de los independentistas: lograron celebrar el referéndum. Aunque, obviamente, sin que en él concurrieran las mínimas condiciones democráticas para validar sus resultados; algo que estaba claro desde su misma convocatoria. Obtuvieron, de nuevo, una impresionante movilización ciudadana, que además de votar tuvo que enfrentarse al miedo y la incertidumbre que suponían la posible aparición de los antidisturbios de la policía. Y, sobre todo, el mundo vio la impresentable actuación del Gobierno, los excesos policiales, y la confusión entre lo que supuestamente se hacía (impedir un delito) y lo que se hizo: golpear a ciudadanos que iban a votar. Puede que fuera en un referéndum ilegal, sin ninguna garantía, etc. Pero quienes cometían el delito, en todo caso, serían los organizadores del referéndum; no los participantes en él.

Cataluña, por primera vez en muchísimo tiempo, fue portada de todos los medios internacionales. El Estado, por su parte, sólo logró debilitar muchísimo su posición. Se ha hecho hincapié en los excesos policiales, pero igual o más relevante es el hecho de que dichos excesos no sirvieron para nada: la policía sólo logró cerrar el 4% de los colegios. Así que el Estado no sólo dio muestras de autoritarismo: también de debilidad.

El mensaje de Felipe VI no contribuyó a reducir tensiones. Todo lo contrario. Fue un mensaje en el que el Rey se colocaba nítidamente del lado de la derecha española; sin empatía alguna, ni mención al diálogo, ni a los heridos en las cargas policiales. Un mensaje de tiempos de guerra frente a un enemigo exterior. Es decir; justo lo que dicen los independentistas que son: otro país. Esto abre un escenario preocupante, porque muestra que, por parte del Gobierno español y de las instituciones del Estado, esto se plantea como una guerra sin cuartel, en la que no cabe negociar nada; sólo vencer. Es normal que la reacción al mensaje real desde la izquierda fuera ponerse de perfil (el PSOE) o criticarlo (Podemos y los partidos nacionalistas).

No habrá solución al conflicto catalán, en el sentido que sea, si no hay negociación y acercamiento de posturas. Puede que el Estado venza, o puede (más improbable) que lo hagan los independentistas forzando la independencia. Pero en ambos casos, no se alcanzará la resolución del conflicto, el problema político, sino que se agravará. Podemos imaginarnos cómo evolucionará la situación, ya tan enrarecida, si todo se resume en suspender la autonomía, o en llegar a la independencia, contra el criterio de la mitad de la población de Cataluña.

Al Gobierno, sin duda, no le queda otra opción que aplicar medidas excepcionales si Puigdemont proclama la independencia. El Estado tiene que defenderse, con las herramientas de que dispone, y ha de hacerlo proporcionalmente y, sobre todo, con éxito. Es decir: justo lo contrario que el 1-O. Pero es un error pretender, como hace la derecha española, que eso es todo lo que hay. Las llamadas al diálogo de los independentistas puede que sean un brindis al sol, en un contexto en el que al mismo tiempo están dando un golpe de Estado, aunque sea «con una sonrisa». Pero no son los independentistas los únicos que piden diálogo, ni sus condiciones las únicas en las que éste pueda darse.

El Gobierno, por ahora, no quiere oír hablar de diálogo. Sigue el camino de la represión. Pero, por fortuna, ha variado la estrategia en los últimos días. Proliferan las empresas catalanas, entre ellas sus principales instituciones financieras, que ubican su sede social fuera de Cataluña. Y estas últimas lo hacen en la Comunidad Valenciana. Caixabank y Mediolanum, en Valencia; Banco Sabadell, en Alicante; un peculiar retorno parcial del sistema financiero valenciano.

Es esta una dinámica que sin duda está planteando problemas a los independentistas. Su relato de la Cataluña independiente como una Arcadia feliz, de la independencia sin consecuencias negativas, que llevan años vendiéndole a la población, queda muy tocado con este tipo de noticias. Y, en efecto, como relato era enormemente inverosímil, pero es ahora cuando se está poniendo de manifiesto ante mucha gente.

Puede que la mayoría de los partidarios de la independencia no cambien de opinión por este tipo de noticias. Y puede que haya muchos cuyo posicionamiento sea ya irreversible, pase lo que pase. Además de reprimir, si se busca solucionar el conflicto, habrá que proponer. Sin embargo, los independentistas no son un todo homogéneo. No todos lo son en igual medida, ni por similares motivos. No hace falta convencerlos a todos; además, eso es imposible. Basta con convencer a los suficientes para recuperar una mayoría nítida de catalanes favorables a permanecer en España. Pienso que el camino de la negociación, la propuesta, y la búsqueda de un nuevo encaje de Cataluña en España es un camino más inteligente que limitarse a reprimir. Pero, si se trata de esto último, es mucho mejor, más eficaz, reprimir así que a porrazos. Mejor cerrar empresas que abrir cabezas.

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