No soy tan gilipollas como para exigir (o esperar) que «las cosas» ocurran en tiempo y hora para que uno pueda hacer su comentario oportuno y atemperado. Lo cierto es, sin embargo, que tal día como hoy -un lunes que para mí no es un lunes, sino un anteayer--, el «devenir histórico» me llega de nuevo a traspiés: si ahora escribo a posteriori tengo que bracear en el pantano del hartazgo y la reiteración, y si lo hago a priori en el cauce seco de la ignorancia, como un salmón atontolinado. Aquí me tienen, pues, teresiano y esperando, en la sala de espera del ambulatorio de los hechos, que ocurra ese algo que inevitablemente tiene que ocurrir pero que no ha ocurrido todavía: ¿una pausa táctica de las partes?, ¿la aplicación del 155?, ¿la declaración unilateral de independencia?, ¿una revuelta social violenta o una resistencia pasiva?, ¿un nuevo recurso a la fuerza?...(No sé por qué me acuerdo aquí de Rousseau cuando escribía, en su filosofía de la historia sobre el origen y fundamento de la desigualdad, que llegadas las cosas a un cierto punto no podían permanecer iguales y se hacía inevitable un cambio, sin prejuzgar que lo fuera hacia «atrás» o hacia «delante», o que, una vez dado, no hubiera podido ser de otra manera).

Mentre tot això m´ arriba, que a la força ha d´arribar-me, me gustaría decir algo. Por ejemplo, que no me gustó nada la intervención del Rey, ni en el fondo ni en la forma. Incluso, por exagerar, ni en el día ni en la hora. Podría haberlo hecho antes y de otra manera, podría haber mostrado menos dureza y mayor empatía, incluso podría haber dado un paso más allá al discurso que nadie discute sobre el estado de derecho abriendo alguna puerta al diálogo necesario: yo no escuché otro mensaje que el de un «rendíos» lanzado a los miembros de un Govern, pero recibido por una parte importante de catalanes (tan «excesiva» que se debe reconocer como realidad: en Catalunya hay un problema político y social que no se puede resolver diciendo que se acabó el problema).

Por otra parte, y por decir algo más mientras esperamos acontecimientos, algunos no entienden lo que pasa en Catalunya o con los catalanes. Sin embargo, a muchos de esos algunos les debería resultar fácil de entender: bastaría con se escucharan a sí mismos. La realidad y el problema del anticatalanismo, la imbecilidad de un prejuicio: esa antinomia de los que atacan el independentismo y a los independentistas pidiendo a gritos que se vayan, que es, justamente, lo que quisieran hacer. ¿Qué pretenden los que amenazan con el ejército o jalean a la policía con un nauseabundo «a por ellos, oé, oé, oé», o quienes le gritan a Piqué «fuera hijo de puta, vete a tu país»? Exactamente lo mismo, pero desde el odio.

Bon 9 d´Octubre.