El 9 de octubre de este año, marcado por la situación en Catalunya, ejemplifica muy bien una tónica general. Las relaciones entre la Comunitat Valenciana y Catalunya siempre se han dado, o bien mediadas por la confrontación, o bien por un sentimiento de dependencia, muy pocas veces de igual a igual. La falta de una relación normalizada entre dos aliados geográficos y comerciales y entre, a fin de cuentas, dos pueblos que comparten lazos históricos y culturales, se puede explicar por las formas que ha tenido siempre la intelectualidad y la clase política valenciana a la hora de relacionarse con Catalunya.

La primera de estas formas de relación es la practicada por el PPCV, que hacía de Catalunya el enemigo externo, estrategia cuyos terribles resultados a nivel estatal estamos viviendo hoy. La segunda es un cierto paternalismo desde Catalunya, la cual se miraba a sí misma siempre como sede y núcleo económico y cultural de un marco nacional compartido con el País Valencià i Balears. La tercera, estrechamente vinculada con la segunda, es una subordinación permanente de la agenda valenciana a la agenda catalana. Catalunya entendida como hermano mayor a quien habría que pedirle permiso a la hora de ser valenciano.

Pero una de las consecuencias fundamentales de esta relación con Catalunya tiene que ver con cómo afectaba a la relación de la propia Comunitat Valenciana con España, invisibilizando o "dejando para luego" esta cuestión por completo -como ocurre con la modificación de nuestro Estatut en el congreso, estancada desde 2011- y siempre condicionada a lo que ocurría en Cataluña. Es decir, invisibilizando o dejando para luego la respuesta a cuál es nuestro encaje territorial en el marco estatal, cuál es nuestro papel político en el estado, cuál nuestro nivel de autogobierno y cuál es nuestro peso para reivindicar una financiación justa. Invisibilizando, por tanto, qué queremos y qué pensamos los valencianos y valencianas, y qué herramientas tenemos para defender nuestros derechos, nuestros servicios públicos, la calidad de nuestros transportes, de nuestros hospitales o las posibilidades de blindar nuestro derecho a la vivienda -hoy amenazado de recurso por el Gobierno central- entre otros.

Hoy asistimos a un nuevo episodio, donde se vuelve a pensar nuestro Día condicionado a lo que pase en Catalunya pero olvidando que "lo de Catalunya" es justamente hoy "lo de España", que el fondo de lo que está pasando, al margen de fobias, irresponsabilidades y errores, es el agotamiento del pacto territorial del 78 donde, en un nuevo marco, deberemos recorrer nuestro propio camino por necesidad y por pleno derecho.

De esta crisis histórica sólo podremos salir apostando por la plurinacionalidad y la reformulación de las competencias, el agotamiento de este modelo sólo tiene dos vías: o cierre recentralizador y retroceso democrático, o apertura constituyente hacia un nuevo marco territorial, social y de estado. O el fracaso y el rechazo a un proyecto compartido o un país de países del que nadie se quiere marchar.

Este 9 de octubre, de momento, está recuperando la expectación de décadas pasadas de nuevo por la confrontación con Catalunya y no por nuestra capacidad para cohesionar una nueva identidad valenciana que recupere la potencia movilizadora de las reivindicaciones de 1976. Pero este 9 de octubre debemos reivindicar que necesitamos ser una pieza activa en este cambio de país, que somos capaces de reivindicar nuestro propio lugar y de construir un territorio unido de norte a sur que celebra su diversidad y defiende sus derechos. Este 9 de Octubre necesitamos decir, como nunca antes, que merecemos un camino propio sin condicionarlo a nada más que la alegría del pueblo valenciano por ser parte de un proyecto común basado en la pluralidad, la democracia y los derechos sociales.