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Matías Vallés

'Fuigdemont' declara la dependencia

Carles Puigdemont declaró ayer la dependencia de Cataluña. Se rindió a golpes a la evidencia de que resulta imposible fraccionar un país occidental sin la complicidad de las instituciones financieras. En un discurso que atrapó a una opinión pública acostumbrada a Rajoy, Rivera y Sánchez, el president reventó los resultados del referéndum celebrado a trompicones. Una vez resignado al mazazo definitivo de la salida de los bancos catalanes, quiso contrarrestarlo con la amenaza de una catástrofe europea si el problema de Cataluña no se resuelve desde fuera. Tienen mediadores, pero no tienen remedio.

El Parlament asistió ayer a la creación de la república más breve de la historia. Apenas si duró los breves segundos transcurridos entre que Puigdemont la constituyó en aplicación de las leyes aprobadas por el Parlament y anuladas por el Constitucional, y el señalamiento de una suspensión de «varias semanas». Un mundo.

El día en que la Caixa se independiza de su tierra madre, se acaba el proceso. De ahí la irritación de Puigdemont, cuando se refiere modestamente a «algunas empresas», pese a que la dimensión del tercer banco de España equivale a todas las corporaciones que no cambian de sede social. El Gobierno no demuestra que está dispuesto a todo con las detenciones y porrazos innecesarios, sino cuando se muestra decidido a estrangular económicamente al conjunto del Estado con tal de que no prospere la República de Cataluña.

En resumen, cuesta creer que la atención sea monopolizada por Puigdemont, y que nadie dirija la vista hacia Rajoy. El propio president se considera desbordado, afirma que se dirige a muchas personas más allá de Cataluña y que no afronta «un caso doméstico», sino «un caso europeo». Lanza una indirecta al Rey, al abrazar entre la audiencia a quienes se manifestaron el pasado fin de semana contra su persona.

En tal «caso europeo», el Gobierno sería responsable de una catástrofe continental, sin descontar que la haga trasatlántica y transpacífica. Puigdemont habló en clave internacional con una soltura notablemente superior a la de sus colegas de Madrid. El president de Cataluña no necesita un interlocutor, necesita un antídoto a la altura de Borrell. Mientras no aparezca, su discurso resultará estremecedor al utilizar el castellano para emitir un categórico «no somos unos delincuentes».

Puigdemont aparenta inclusividad, pero se expresa con rotundidad, «nunca olvidaremos la violencia policial». La perversión de la Generalitat no consiste en proclamar la independencia, sino en transformar el rechazo a Rajoy en combustible para el separatismo. El verbo clave del discurso es «reentenderse», pero probablemente sea demasiado tarde para conjugarlo.

«Cataluña se ha ganado el derecho a ser un Estado independiente» es el formato elegido por Puigdemont antes de cancelarlo. Acertó en la Cataluña «escuchada y respetada», porque ha ganado la batalla internacional por goleada. Rajoy quería un antes sin después, Puigdemont asegura que «hay un antes y un después del uno de octubre». Sin embargo, a continuación escribe una película de finales múltiples como la insufrible Lalaland. En su huida hacia adelante, se ha caído hacia atrás. Puigdemont fue ayer Fuigdemont, de la cima a la fuga.

Suárez y Tarradellas, González y Pujol, Aznar y Pujol, Zapatero y Maragall. Cuesta imaginar que el diabólico Puigdemont sea más intratable que sus predecesores al frente de la Generalitat. Sin embargo, todos ellos entablaron un diálogo tan tenso como fructífero con los también sucesivos presidentes del Gobierno. Por mucho que se criminalice a Artur Mas y al actual president, ya es casualidad que Rajoy haya topado con los huesos más duros de roer. La otra hipótesis establece que la actual composición de La Moncloa es un obstáculo para la «conllevancia» orteguiana entre ambas realidades políticas. De hecho, Puigdemont reconoció ayer que «Cataluña se implicó a fondo» en la transición.

La responsabilidad es proporcional al cargo que se desempeña, al igual que su vicio simétrico. Rajoy no es un maestro de la sangre fría sino de la irresponsabilidad gélida, así en Bárcenas como en Puigdemont. Ambos han llevado siempre la iniciativa, han conducido al país a un vértigo de posible mediación pero de difícil remedio. Después de explotar a Felipe VI, Josep Borrell, Donald Tusk o Mario Vargas Llosa, a Rajoy ya solo le falta invocar a Isabel Preysler.

¿Un huracán de tal magnitud ha sido desatado por el presidente de una comunidad autónoma? Si el Estado puede colapsarse por el titular de Cataluña o de La Rioja, algo falla en los responsables de gobernarlo. Excepto, por supuesto, si se acepta que hay regiones de relevancia dispar. La única evidencia inconfesable que comparten precisamente los unionistas y los independentistas es que sin Cataluña no hay España. A los secesionistas no les importa yugular la realidad de mayor tamaño, los nacionalistas españoles nunca reconocerán una conexión que les huele a subordinación. Cataluña no se puede independizar de España porque España tiene dependencia de Cataluña.

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