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Mujer contra mujer

En un tiempo donde el feminismo está en su apogeo me parece lacerante que haya mujeres que critiquen, o peor aún, denuncien la indumentaria de sus iguales. Es una falta de respeto hacia nuestra historia

el otro día me enteré de que la LPGC, el circuito americano femenino de golf, ha prohibido las minifaldas, escotes y mallas con multas de mil dólares, llegando a doblar la cantidad si se incumplen. ¿Y de quién fue esta brillante idea? No, en esta ocasión el culpable no es un hombre. En este caso la genialidad es cosa de mujeres, que se han quejado de la vestimenta de otra jugadora, concretamente de Paige Spiranac. Paige tiene miles de seguidores en las redes, donde al parecer es más querida que en el campo de golf. Pero no creo que la envidia la haya desatado su entrenado swing, sino su tonificado cuerpo, su melena rubia y su deslumbrante sonrisa.

En breve saldrá mi última novela, Las caricias que no me diste, y durante el proceso de escritura tuve la suerte de entablar amistad con una puta que me contó de los horrores de su vida y de cómo llegó a pervertir las calles de Las Palmas. Una mujer curtida por los daños y con la sabiduría de la noche, las traiciones y las envidias. Ella, a la que llamaré N., me dijo un día: «El peor enemigo de una mujer es otra mujer, no olvide este consejo, mami, porque algún día lo va a necesitar». Yo recuerdo que asentí con la cabeza, por no cambiar las tornas y contarle yo a ella de mis penas y alegrías. Pero no es desconocido para nadie que la pelusa entre las mujeres es el pan de cada día. Ya sea porque tengas unas medidas perfectas, porque vayas a la última moda o porque tengas éxito profesional o personal.

La psicóloga Cristina Wood, especialista en ansiedad y estrés, dice que si dos mujeres se encuentran por la calle se hacen un escáner de lo que llevan de los pies a la cabeza, se fijan en si la otra ha ido a la peluquería, si lleva las uñas esmaltadas, si la talla de la falda le queda bien... En un tiempo donde el feminismo está en su apogeo me parece lacerante que haya mujeres que critiquen, o peor aún, denuncien la indumentaria de sus iguales. Es una falta de respeto hacia nuestra historia. Las feministas en los años sesenta lucharon para que pudiéramos vestir como nos daba la gana sin que la sociedad, por aquel entonces -y por este entonces también- extremadamente machista nos lo prohibiera, como para que ahora un grupo de afligidas denuncien a su compañera porque se le vean demasiado las piernas. ¿El machismo es un problema masculino o femenino? Lo peor de todo es que estamos librando una guerra que no ganaremos si las mismas que defienden son las que atacan. Mal vamos si volvemos a multar, perseguir y condenar por querer ser libres. Mal vamos si disfrazamos la misoginia femenina de libertad.

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