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Español con dudas

Es difícil conseguir la independencia, aquí y en todas partes, cuando sólo se tiene la mayoría del Parlament, pero no más votos que los demás y no te apoya, al menos, la mitad del censo y, encima, no te avala ningún amigo poderoso. Kosovo es independiente porque los americanos colocaron allí una cuña militar en el vientre balcánico siempre propenso a aerofagias y fenómenos explosivos y con una Serbia enamorada de Rusia. Israel es un estado poderoso (que además se permite engullir tierras ajenas) porque lo apadrinó el imperio saliente (Gran Bretaña) y el entrante (Estados Unidos). Pero la lotería es así y un poco atolondrado sí ha sido Carles Puigdemont.

A los que llevamos el gentilicio de español con un orgullo compatible con el sentido crítico (que es lo contrario de una procesión de flagelantes y otras formas de denigrarse), nos lo han puesto un poco difícil. Me gusta mi país, estoy a gusto, he venido al mundo de vacaciones (como el gran poeta catalán Josep Carner) y espero que no me jodan la siesta, no me he tomado la pastilla. Pero a ciertas edades la candidez es como los destilados: no está prohibida, pero debe tomarse en pequeñas dosis. Se ve que yo tomé demasiado y el espanto se ha apoderado de mi al contemplar ciertas hornadas de patriotas con las neuronas tan arrasadas como su cráneo pelado. Carne de gimnasio impregnada de cerveza, sofá y fútbol y no hay nada más triste en el firmamento que un cura flaco o un legionario gordo. Si eso es ser español, pónganme en la nómina de Jean Paul Gaultier.

Paciencia. La españolidad fue secuestrada por Franco y la administraba como si fuera una sustancia eucarística: es curioso pero si no te la tomabas como prescribía la superioridad, era cuando te llevabas la hostia, con perdón. Depurar ese impulso amazacotado y cuartelero en algo parecido a una pulsión civilizada, costará lo suyo. Tendremos que esperar, también Cataluña, y andar y ver, llenar la nevera y la bodega y cuidar de nuestra gente. Y que cada puta hile y comamos.

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