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Españoles sin España

"Nada es posible sin las personas, pero nada puede perdurar sin las instituciones". Jean Monet

Nunca he tenido por costumbre llamar a España este país ni decir que el Barcelona CF, mi equipo, es el mejor equipo del Estado español, como si los ministerios, los juzgados o el Parlamento jugasen la liga de fútbol. Me asombra sin embargo que aquellos a los que hace unos años les producía alergia pronunciar la palabra España se alcen ahora como modelo de patriotas o como Felipe González se declaren ahora huérfanos no sé de qué.

Es cierto que se han llenado las calles de manifestantes por la independencia de Cataluña, por el derecho a decidir, por la unidad de España, por el incremento de las pensiones o por el soterramiento de las vías del ferrocarril en Murcia. La calle es de todos. También de los que nos quedamos por ahora en casa y pensamos que la política se debe hacer en las instituciones. Pero hoy Antonio Machado comprobaría que existen más de dos Españas y una de ellas es la de aquellos que creemos que un Estado de derecho no es aquel que ha dejado el derecho y las instituciones en el vagón de cola del tren de la modernización política, de la dotación presupuestaria y del prestigio social. Desde el Tribunal Constitucional, que comenzó a verse manipulado en la sentencia de la expropiación de Rumasa presidido por García Pelayo en diciembre de 1983, hasta el resto de instituciones del Estado, condicionadas, intervenidas e intoxicadas por una clase política sin escrúpulos que alardea de infausto patriotismo. Durante 35 años, nuestra clase gobernante o bien no ha creído en un Estado de derecho o bien ha creído en un Estado en el que el derecho debía favorecer sus intereses personales o de partido y no el interés general.

Y así han pasado los años con la conciencia colectiva de que aquí no pasa nada. Éramos así un modelo de estabilidad europeo o eso nos hacían creer. La economía y el sector privado llevaban su camino y la clase política el suyo. Ni dimisiones, ni crisis de gobierno ni nada de nada. Una auténtica balsa de aceite. Las injusticias, la corrupción, los recortes, las desigualdades, la desvergüenza o el sufrimiento eran acallados entre milongas y resultados electorales en ocasiones gracias a una financiación ilegal. Por ese camino ha ido creciendo la desafección, el paulatino decrecimiento del sentido de pertenencia y un desánimo generalizado en una buena parte de la población mientras buenas cabezas se han apartado o no han querido participar en la vida política.

Y ha llegado un momento, quizás desde el 15M en 2011, que no pasaba nada hasta que ha pasado. Y otra España, la tercera si continuamos con la reliquia retórica de las dos Españas, ha llegado a la convicción que con los mimbres que tenemos es muy difícil hacer un cesto aceptable y aceptado por la mayaría de españoles, desde Canarias hasta el País Vasco pasando por los castellanos, valencianos, gallegos y catalanes.

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