Tras la semana de episodios violentos protagonizada por la nueva extrema derecha, los ultras y nazis valencianos dentro y fuera de la Comunitat, reaparecen las incógnitas e incluso lamentaciones de las causas que han propiciado la reactivación de prácticamente todos los crepúsculos socio-políticos de la vieja y moderna extrema derecha valenciana.

En primer lugar, no hay que olvidar que en la Comunitat -junto con Madrid y Cataluña- desde mediados del año 2000 concurren a las elecciones autonómicas y municipales formaciones explícitamente ultra nacionalistas, anti inmigración y en el caso valenciano, anti catalanista como es España 2000. El partido logró más de 12.000 votos en 2011, coincidiendo con la mayoría absoluta del PP, y de esta manera, por primera vez en democracia, consiguió un nicho de electores -diferenciado del partido dominante en el espacio de la derecha-, con votos de los denominados "ninistas" y también con jóvenes que participaban por primera vez en unas elecciones. En paralelo, han abierto nuevas sedes en València, han intensificado y modernizado su actividad política y propagandística especialmente en redes sociales e incluso, han copiado de los nazis griegos su vertiente social con el reparto de alimentos sólo para nacionales. En este ecosistema y a pesar de que sus resultados electorales no son todavía significativos, la permisividad e impunidad de la nueva extrema derecha en la Comunitat ha dejado de ser anecdótica, sobre todo tras los acontecimientos del mes de octubre.

Un escenario que, con la explosión de nacionalismo español a raíz del proceso de catalán, ha resucitado y agitado, no sólo a los nostálgicos de un régimen dictatorial y a su modelo de España que parecían soterrados desde la Transición, sino que ha albergado a todos aquellos radicales que nacidos en los noventa y escondidos en los campos de fútbol, también se han sentido impunes de nuevo para salir a la calle y utilizar la violencia a plena luz del día.

En este contexto se manifiesta la reunificación de la extrema derecha, tanto la política, como la social y su faceta más agresiva, que bajo la bandera del ultra nacionalismo y el anti catalanismo ha exhibido -por segunda vez en democracia, tras los convulsos años 70 y 80- su ideología.

Sin embargo, lo más peligroso de esta explícita comunión es, por un lado, la normalización del discurso del odio y del frentismo: ciudadanos contagiados de un sentimiento ultra patriótico y auspiciado por una extrema derecha que, agazapada, ha esperado el contexto adecuado -como ha sucedido en el resto de la Unión Europea- para explotar su mensaje y así seducir a futuros votantes. Al mismo tiempo, se ha evidenciado la permisividad de las instituciones a lo largo de estos años y especialmente este último mes, ante la gestación de un conflicto propiciado por los radicales de extrema derecha y alimentado en redes sociales, que ha logrado precisamente su principal objetivo: resucitar. Sin embargo, el contexto es diferente respecto al de la Transición, tras las consecuencias sociales y políticas de la crisis del 2007 que han visibilizado el descrédito hacia la clase política o los nuevos miedos nacidos con la inmigración vinculados a la seguridad o la pérdida de derechos. Ahora es difícil negar la existencia de la extrema derecha española y sobre todo, la valenciana, pues hoy, no sólo se exhibe sino que se alimenta de la connivencia de muchos ciudadanos para los que el patriotismo y el odio es sinónimo de "sentido común". Al fin, esa extrema derecha parece haber encontrado su ansiado caladero electoral, más allá de la islamofobia. Habrá que ver qué discurso adoptan el resto de formaciones, que por ahora tanto el PP como Ciudadanos siguen sin condenarlo. Pero también, y como ha sucedido en el resto de la UE, la izquierda tiene mucho trabajo por hacer, ya que su inacción ha favorecido su crecimiento.