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Copas y razones

No entendemos el choque entre Cataluña y España porque no miramos al lugar donde se debe: el fútbol. De la misma manera que los choques en la cumbre entre el Barça y el Real Madrid son jaleados por la prensa, las televisiones, la hinchada, las directivas y federaciones, entre otros, el ser nacional de catalanes y españoles, que como todo espectro cabe en un sonajero (y aún sobra sitio), es agitado por unos y otros por la misma razón: compacta las filas, hace crecer el amor por los colores, mejora la recaudación (o incrementa los votos) y justifica todos los descalabros. Que se peleen los Yomus y el Frente Atlético en Barcelona sólo demuestra las muchas ganas que tienen de zurrarse con quien sea (¡y meterles una manita!), incluso como divertículo más allá del correcto funcionamiento intestinal.

Claro que cuanto más se parece el futbol a la guerra, que es nuestro caso, más se asemeja la guerra al fútbol, donde sólo se puede ganar a los puntos, nunca por K.O., está mal visto. Mi balance de cuarenta años de vacacionista es que la democracia española se ha ido ensanchando pese a todo. Más despacito de lo que me gustaría y con una clara regresión tras la crisis de 2007 que puede arreglarse de muchas maneras. De muchas salvo con un choque de esencialismos que conducen, por su propia naturaleza, a la inmovilidad agitante, a la parálisis convulsa.

Muñoz Molina (En Francoland. El País) ha percibido cierto estado anímico de los capitanes de la intelectualidad anglosajona, que siempre esperan de nosotros algún gesto desgarrado, un derroche de frenesí tribal de los que dan color a una crónica. Pero el mejor modo de tratar una expectativa ajena es defraudarla ¡Mira que si fuéramos capaces de tratar nuestras diferencias como liberales añosos frente a una copa de brandy, talmente como caballeros en un club ingles! Bueno, habría que invitar a las chicas, esto no es Gran Bretaña. Y hasta podríamos adelantar elecciones, conocer lo que pensamos y hablar, que siempre es mejor que abanderarse que es un modo de reconocer que se nos acabaron las razones.

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