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El abrazo partido

Cuando en octubre del 79 en medio de la precariedad que igualmente existía me quedé colgado de la brocha, alguien se apiadó y propició mi acreditación en el Planeta para que una noche al menos comiese caliente. Antes de que pasaran los langostinos -cómo van a olvidárseme-, el favoritismo se lo repartían andaluces: Quiñones, Barrios y Azancot. A la hora de la verdad, el trío calavera se quedó con las ganas y los ocho millones de pavos se los embolsó «Pepe Carvalho» al que le vinieron de perlas tras haberse quedado a dos velas el tal Vázquez por el cierre de la revista en la que ejercía. Caso resuelto.

Los que sin embargo andaban abiertos en flor eran los de la configuración patria. No hacía ni un año del advenimiento de la Constitución y nadie pedía la reforma aún. También es verdad que la entrega la presidieron Tarradellas, made in exilio, y Lara quien, tras llegar con los sublevados, se afincó en Barcelona antes de que oleadas de emigrantes desparramaran ahínco, sedujo a una nativa tenaz, y, pese a leer poquito, montó a finales de los 40 la editorial. Un rasgo más, la concordia entre ambos, de gente abierta en canal dentro de las innumerables muestras de reconciliación que venían produciéndose para que la magna tarea fuera posible. Hace tiempo que los popes dejaron este mundo y el emporio, que desde la Diagonal trajeron los libros, acaba de salirse del mapa.

No hace falta recordar que, a la mesa chachi piruli, no tuvieron acceso en esa fecha los Pujol&Ferrusola a los que, con la perspectiva actual, cualquiera intuye frotándose ya las manos. El matrimonio empezó al poco a montar su paraeta y, en breve, quien fuera regidor preautonómico denunció el peligro de «la megalomanía y las ambiciones de algunos dando la espalda a la armonía sembrada». Quien regresa en cómic miren por donde es «Carvalho», con la chorra de que podrá ponerse ciego de cap i pota y de albóndigas en Casa Leopoldo porque tampoco hace falta que se vuelva loco con lo que tenemos encima: todos sabemos que esto es un crimen.

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