El calor puede transmitirse por radiación, conducción y convección. Esta última se da en fluidos, que experimentan movimientos en su seno, caso de la atmósfera, e incluye dos procesos. El primero corresponde al calor sensible, directamente a través de la elevación y mezcla del aire calentado. El segundo es el calor latente, una transferencia indirecta en la que no existe cambio de temperatura y corresponde al calor presente en los cambios de estado del agua. Se absorbe calor en la evaporación y se desprende en la condensación. Por eso, una masa de aire húmeda es más propensa a ascender que otra seca: el calor desprendido hace que se enfríe más lentamente. La distribución planetaria del calor latente muestra la interacción entre la radiación solar y la humedad disponible, matizada por el tipo de superficie. Destacan los océanos subtropicales, donde, sin nubes, la radiación solar calienta las aguas y las evapora, sobre todo, en las secciones occidentales oceánicas, dominadas por corrientes cálidas. Es llamativo el contraste entre corrientes cálidas y frías en Sudáfrica y especialmente en la costa atlántica sudamericana. Hacia el ecuador, disminuye, debido a la nubosidad que aportan las bajas ecuatoriales. Subrayar los valores continentales de los bosques ecuatoriales, que devuelven a la atmósfera la mitad de la humedad que absorben. Por el contrario, el flujo de calor latente se desploma en los desiertos: la abundante energía no se acompaña con agua que evaporar. Hacia los polos, los valores tienden a ser más bajos y por eso son llamativos los elevados valores en las costas orientales de Asia y Norteamérica: el viento continental seco sopla sobre corrientes cálidas y el importante gradiente de humedad entre el mar y el aire induce la evaporación.