Cada día que pasa uno se siente más falto de inteligencia. El común de los mortales sobrevive para llegar a fin de mes, incluso algunos, los menos, disfrutamos trabajando. Sigo animoso en mi empeño por mejorar la humanidad, empuje emocional necesario cuando entro en aulas abarrotadas de alumnado sin compromiso existencial. Su asepsia nace en el núcleo familiar, zona de confort minada de prejuicios. Soy docente, ergo mediocre. Dicen que cobro demasiado y que disfruto de unas inmerecidas largas vacaciones. Un panorama desolador, en fin, difícilmente grato para quien conozca esa sobrecogera leonera que supone la ESO.

Pienso esto a cuento del exfutbolista David Beckham, quien, según parece, gana 40.000 euros diarios sin trabajar. Es lo que tiene poner tu cara al servicio de las marcas, aunque, claro está, la suya es mucha cara y no menos rostro. Otros damos la cara en distinta dimensión: el instituto, la charcutería o la oficina, pongamos por caso. Habría que plantar cara a esta impudicia moral, pero, ¿quién osa señalar a tal ídolo mundial? Si la Iglesia no se pronuncia ante semejante derroche de concupiscencia, ¿será el suyo un ejemplo de testimonio piadoso? También es cierto que nadie saca la cara por él, pero, ¿quién iba a hacerlo por un tipejo que gana fortunas tirándose pedos? Estaría bien que algún estadístico tasara el precio de sus ventosidades, a razón de día o mes, según convenga.

Es curiosa -y perra- la realidad. A mí me caería la cara de vergüenza si ganara 40.000 euros diarios, aunque fuera con el sudor de mi frente y mis pestañas. ¿Qué dirán de Beckham esas familias que recortarían mis ganancias y vacaciones? No alcanzo a ganar semejante cuantía ni en 365 días. Y soy afortunado. Otros muchos ni en todo su transitar vital. Por si fuera poco, nunca se supo de alguien que viera despeinado al exfutbolista. ¡La de pelos que uno luce cuando acaba su jornada laboral! Sólo hay algo que no alcanzo esclarecer: quién es más estúpido, si Beckham, mi alumnado, sus familias, usted o quien esto firma.