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Esperando al 155

Hemos podido observar cómo esta semana continuaba la tónica que ha sido marca de fábrica de todo lo relacionado con el referéndum desde que éste se convocó: quien toma una decisión, quien ocupa el protagonismo, tiende a excederse y/o quemarse.

El Artículo 155 de la Constitución ha alcanzado en estas semanas caracteres casi míticos, como herramienta de presión y poder en manos del Gobierno, pero también como maná victimista esperado por el independentismo catalán. Desde el Gobierno, encontramos la posición notablemente moderada de Rajoy, que aplica el 155 con renuencia y no oculta que habría preferido que los demás le solucionasen la papeleta (como siempre), en esta ocasión vía convocatoria electoral por parte de Puigdemont. Pero también tenemos delirios de grandeza y de imposición del poder por parte de algunos dirigentes del PP, como su actual referente en Cataluña, Xavier García Albiol, que querría aprovechar la coyuntura del 155 para meter mano al sistema educativo catalán, supuesta herramienta de adoctrinamiento independentista, y ya de paso (por si lo del sistema educativo llega demasiado tarde) ilegalizar los partidos independentistas; así seguro que ganan los que conviene que ganen en las inevitables elecciones autonómicas.

En el PSOE y en Ciudadanos quieren que se celebren esas elecciones cuanto antes (se habla del mes de enero), como vía para desbloquear la situación. Algo que sólo ocurrirá si los independentistas pierden su actual mayoría en manos del bloque constitucionalista Ciudadanos-PP-PSC (es muy improbable que esto ocurra, salvo ilegalización exprés), o si surge una mayoría transversal, ajena a la lógica independentismo/unionismo, que previsiblemente juntaría a ERC, PSC y Podem con els Comuns (el partido de Ada Colau). Una expectativa, hoy por hoy, también muy remota.

Mientras tanto, hemos podido observar cómo esta semana continuaba la tónica que ha sido marca de fábrica de todo lo relacionado con el referéndum desde que éste se convocó: quien toma una decisión, quien ocupa el protagonismo, tiende a excederse y/o quemarse. El caso más claro fue la decisión de la jueza de la Audiencia Nacional, Carmen Lamela, de imponer presión preventiva a los dos ´Jordis´ (Sánchez y Cuixart), líderes de la ANC y Òmnium, organizaciones cívico-paragubernamentales que llevan años encabezando las iniciativas del procés independentista, extraordinariamente importantes para entender la hegemonía social, casi una ley del silencio, del independentismo en Cataluña, que sólo en las últimas semanas ha comenzado a quebrarse.

No cabe duda de que impedir un registro policial, inmovilizar durante horas a los agentes de la Guardia Civil y a la secretaria judicial, por muy pretendidamente pacífica que sea la acción (pacífica dentro de un orden, teniendo en cuenta cómo dejaron los ´pacifistas´ los coches de la Guardia Civil), constituye un delito. La cuestión es si: a) ese delito es el de sedición; b) ese delito ha de ser juzgado por la Audiencia Nacional, y no por el TSJ de Cataluña; y c) la prisión preventiva es una medida proporcionada. Numerosos juristas, muchos nada sospechosos de guardar simpatías proindependentistas, están denunciando los excesos inherentes a esta acción judicial, que, además de ser absolutamente desproporcionada y con ribetes autoritarios, es un error, porque crea mucha más ´sedición´ que la que supuestamente busca controlar.

Por su parte, los independentistas han llamado la atención esta semana, además de con las protestas por la detención de los ´Jordis´, por la difusión de un vídeo extraordinariamente victimista y, sobre todo, ridículo, en el que una llorosa actriz, con la voz quebrada, detalla un rosario de medias verdades, o directamente mentiras, para explicarle al mundo lo malvada que es España. Probablemente, la mayor parte del ´mundo´ habrá reaccionado con indiferencia, o directamente se habrá reído de tanto dramatismo infundado. No creo que haya logrado conmover muchas conciencias.

Tampoco ha sido lo que se dice un éxito la campaña de Òmnium, ayer mismo, pensada para sacar dinero de los cajeros (sobre todo, de Caixabank y Sabadell, instituciones ·traidoras»), que apenas ha logrado crear algunas colas sin importancia. Y mejor que así sea para ellos, porque se me escapa ver cómo crear un corralito en Cataluña puede ayudar a los objetivos del independentismo.

Tal vez las defecciones en el campo de los partidarios de la independencia, movidas por la huida de empresas, por la demostración de que los independentistas no tienen nada parecido a un plan (salvo intentar que el Estado español cree independentistas a porrazos), y que su propaganda, como toda propaganda, no era veraz, no sean tan espectaculares como las protestas contra los excesos del Estado; pero también son defecciones. Dar risa, perder credibilidad y verosimilitud, no es bueno para ninguno de los dos contendientes.

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