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Alfons Garcia

La extrema derecha llama a la puerta

No es lo mismo, vale, porque el hostigamiento al que fue sometida la vicepresidenta de la Generalitat la noche del miércoles delante de su casa vino de unos enmascarados miembros de un colectivo que ha demostrado en el pasado que la violencia y la intolerancia forman parte de su carné de identidad: extrema derecha.

Señalaron a Mónica Oltra. Le dijeron: sabemos dónde vives (el lugar no es precisamente de sencillo acceso) y conocemos tus hábitos de vida. Como ha dicho Adolf Beltrán, es antes una razia (marcarla) que un escrache. No es lo mismo. Vale.

Pero parte de los efectos de esa acción sí son los mismos: la sensación de desnudez, de vulnerabilidad y de desprotección no es muy diferente de la que debieron sentir la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría (también, como Mónica Oltra, sin causas de corrupción directa sobre ella), o Esteban González Pons cuando se encontraron con un grupo de gentes increpándoles delante de sus casas. Aquello era 2013, el año que descubrimos la palabra escrache y cuando las tijeras de los recortes sociales no paraban de dejar bolsas de olvidados.

Los protagonistas entonces eran descamisados que rompían la burbuja del poder. Así lo escribía entonces Julià Álvaro, dirigente de Compromís y alto cargo hoy del Consell de Puig y Oltra. El escrache, decía, «me parece un ejercicio de democracia (...), no es más que una forma de ejercicio del derecho de concentración o manifestación». Vale. No es lo mismo. Las circunstancias no son tampoco las de 2013. Pero quizá lo sucedido nos permite ponernos hoy en la mirada del otro, que es siempre una vacuna contra los extremismos. Y alejar los radicalismos y poner algo de sensatez en las calles es algo que necesitamos como pocas veces.

Cuando el veneno del anticatalanismo se confunde y mezcla con el carácter violento y xenófobo de la ultraderecha, València tiembla. Sabíamos que esos grupúsculos estaban ahí, pero el fervor españolista de la reacción contra Cataluña les ha hecho creer que la calle puede ser suya. Están llamando a la puerta y convendría pensar en decirles, con respeto y buenos modales, que no son bienvenidos. Los primeros, aquellos que más activamente se oponen a la aventura independentista. Esto es, PP, Ciudadanos y PSOE.

Por ahora, es evidente que las fuerzas de seguridad van un paso por detrás. Se vio el Nou d'Octubre. Pero lo más preocupante es que después de aquella tarde de violencia y de que la extrema derecha ya se ha mostrado muy presente en las calles durante las últimas semanas, a los servicios de información se les escapó la acción contra Oltra (y el Consell) de la noche del miércoles. Algo ha fallado. No debería volver a pasar cuando hay momentos críticos en la agenda de los próximos días.

Por ahora son pocos, sí, pero han demostrado sus tentáculos en grandes caladeros sociales como el fútbol y las fallas. Si de este momento histórico la extrema derecha sale con una sensación de triunfo simbólico, que alguien piense en lo que podría ser esta sociedad en otro contexto: con miles de refugiados más y tasas de inmigración o desempleo aún mayores. No hace falta imaginar mucho, basta mirar a Austria, Francia o Alemania. Algo más que la respuesta a una acción de acoso está en juego.

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