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Minorías crispadoras

Me lo dijo hace tiempo un amigo psiquiatra de lo mejorcito. Vivimos una especie de epidemia de adolescentes narcisistas en el mundo, y eso es lo que parece estar afectando a los políticos que dirigen el Procés. Sin embargo, corremos el riesgo de que este síndrome que desplaza el «seny» y se apodera de la política enraíce en la Comunitat Valenciana también, por mimetismo. Les hablo de la crispación.

Oltra. La crispación reverdece en València cada 9 de octubre y más todavía este curso, por razones de todos conocidas. Para intentar analizar la condenable intimidación y acoso de las que ha sido víctima la vicepresidenta del Consell Mónica Oltra haríamos bien en remontarnos a los antecedentes y, sobre todo, debemos atender al contexto, hoy en día más importante que la noticia. Porque ojo, el escrache a Oltra no es una anécdota, es un síntoma.

El sur. Vivimos al sur de Cataluña, en el patio trasero, caja de resonancia de lo que allí acontece. Aquí, el problema catalán resuena asincopado, distorsionado por la entreverada idiosincrasia valenciana. Y sin ánimo de justificar las andanzas fachas -ante la casa de Oltra o contra cualquiera- hay ingredientes dignos de ser valorados. Por ejemplo, la CUP, que «no alça ni pols ni remolí» en la Comunitat pero cualquier actividad de los solidarios con los Jordis tiene la virtud de soliviantar a buena parte de la sociedad valenciana.

Contaminación. Es imposible pues no asociar lo acontecido ante la casa de la vice con el problema catalán por dos factores. Primero porque el discurso nacionalista sabe venderse pero es perverso. En Cataluña, más que nunca, se impone la dialéctica soberanista, con sus víctimas y sus razias ideológicas como no dejamos de ver en las portadas. El discurso de sus líderes es diabólico, por insolidario. Busca arreglarse su pataqueta y enviar al túnel del tiempo la modernización territorial de España.

Corrupción. Pero, segundo, también es imposible disociar las andanzas de los fascistas locales de nuestra particular historia reciente, en la que hay un antes y un después tras la movilización «todo vale» a cuenta de la corrupción que se llevó por delante a los gobiernos del PP. Suspendidos en comunicación política y retratados por la retahíla de casos en los tribunales los ejecutivos de Camps y Fabra -principalmente- se dieron de bruces con la realidad: además de los propios méritos, la izquierda se manejó mucho mejor en la agitación.

Rita. Acosados también los representantes populares o sus equipos tras la denuncia política en las mismas puertas de sus lugares de trabajo, en sus desfiles ante los tribunales o -lo que es peor- ante sus hijos, se llevaron la palma por singularmente pornográficas las romerías que circunvalaban el centro de València con parada de rigor ante el balcón de Rita. Sin querer parangonar, igual de condenable resulta el acoso que la vicepresidenta Oltra ha sufrido estos días, con nocturnidad y alevosía verbal.

Ciclo político. Por si fuera poco para valorar lo inquietante del momento, es leyenda, por antigua -así que su certeza es rastreable- que los valencianos anticipamos cambios de ciclo en lo político, pero también no es menos cierto que producimos lo mejor de cada casa, y de eso siempre tenemos una muestra. Así, el risorgimento de la extrema derecha valenciana -no por latente menos desconocida- debería constituir una preocupación de primer orden. Policía y fiscalía han actuado, con no menos de 13 detenciones hasta el momento tras lo del 9 d’Octubre, y la historia demuestra que en momentos de crispación no hay que subestimar a los ultras, de cualquier signo.

Moderados. En los momentos delicados, las minorías radicales y bien organizadas tienen la posibilidad de influir y tensionar más allá de lo que les corresponde por representatividad demoscópica. Podríamos decir que una sociedad democrática madura mide su salud por la intolerancia y capacidad de reducir a los ultras de cualquier signo. El problema es cuando los radicales son capaces de acoquinar a los moderados y llegan incluso a abducirlos.

Ultras. En el caso de los ultras valencianos, mucho nos tememos que si estos «walking dead» del aguilucho han almacenado el descaro suficiente para dejar de hacer lo que quiera que hagan en su día a día y salir de sus agujeros pese a caber en un autobús eléctrico de la EMT, es que han comprobado que sale gratis romper reglas del juego. Estos personajes han pensado ¿si ellos lo hacen, por qué no podemos hacerlo nosotros? Desterremos pues a estos y a otros extremistas. Porque aquí las únicas franquicias bienvenidas deberían ser las de los bancos y las de las empresas que expulsa Catalonia. Es la banalización de la política y su espectacularización, el relativismo moral, lo que también ha resucitado a la ultraderecha y el fenómeno no es ajeno a la dialéctica que destilan los tuits de los diputados Nadal de turno, por mucho que apreciados socialistas contemplen el fenómeno como peajes infantiles de la rauxa y la libertad de expresión.

La erótica del portaaviones

Si Llorens & Marrades no nos desmienten, el pasado fin de semana la Marina de València experimentó el aluvión de visitantes más importante que se conoce desde la America’s Cup. Se demuestra que si los catalanes buscan Montserrat en tiempo de zozobra, los valencianos se encomiendan a un portaaviones de la Armada. Es decir, no somos iguales. Puig & Oltra, con sus diferencias, parecen haber pillado la idea y a Puigdemont mientras trilaba con los conceptos políticos, en ciernes de ser devuelto a la realidad vía 155. Así, si en lo político la Generalitat parece haber acertado en lo sustancial ante el desafío independentista -que Cataluña no esconda la infrafinanciación valenciana- la sociedad en su conjunto debe ejercer los abdominales democráticos para anular a las minorías crispadoras y extremistas -incluso las que acuna en sus brazos el propio Botànic- sin olvidar, claro, que ha sido la extrema derecha la agresora.

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