Hace ya 2.500 años Aristóteles, que estableció las distintas formas de gobierno, fijó también las correspondientes degeneraciones de éstas, y en el caso de la democracia consideró que su perversión era la demagogia, cuando unas pretendidas mayorías, convencidas de su prepotencia y fortaleza, atropellan a las restantes minorías, pisoteando sus derechos, entre ellos la expresión discordante de ese abrumador dictado demagógico que quiere erigirse en la única verdad.

Es cierto que las formas y las garantías son importantes en la expresión de la democracia y a raíz de las primeras elecciones en la democracia recobrada española, en junio de 1977, escribí que «se quiere confundir la democracia- protagonismo consciente del pueblo-, por el mero mecanismo del sufragio, que es un instrumento de aquella, y que resulta inadecuado si no se dan las condiciones previas de serenidad, conciencia de los problemas, expresión libre y organización de las fuerzas sociales». Esta algarabía de tumultos y odios que los últimos tiempos en Cataluña han expresado un ambiente crispado, tan contrario al tradicional seny catalán, tiene también su expresión en otros caldos de cultivo históricos en los que se quiso aprovechar el desorden y la situaciones caóticas para dar apariencia de verosimilitud o expresión popular auténtica a lo que simplemente era abuso de las circunstancias y ánimo de ventajista.

En 1641 hay constancia de un primer intento de proclamar una República Catalana y ante la movilización del rey Felipe IV que, evidentemente, no quería ver desintegrado su reino, los promotores decidieron ofrecer al rey Luis XIII de Francia el título de conde de Barcelona, y someterse a la soberanía francesa, enemiga tradicional de España. Tal malabarismo ideológico por el que ciudadanos republicanos se reconvierten en súbditos de un rey extranjero, acabó tras muertes inútiles y daños a las gentes y los pueblos, como una aventura sin sentido.

En el siglo XIX, cuando aquellos hombres moderados, y beneméritos, que eran los republicanos federales fundan la I República Española, en 1873, convencidos de la descentralización y la autonomía de ciudades y regiones y el valor del convencimiento y la concordia se entra en un frenesí caótico de cantonalismos egoístas en dónde se proclaman múltiples repúblicas y, entre ellas, por ejemplo, las de Granada y Jaén se declaran la guerra, Jumilla amenaza a Murcia, y en el cantón de Cartagena la Armada sublevada llega a bombardear las ciudades de Alicante y Almería.

Este cantonalismo suicida e irracional se extiende por múltiples regiones y en tal ambiente de desbordamiento los presidentes de la República Federal, pacifistas de pro, tienen que enviar al ejército para reconstruir el orden constitucional federal. También entonces se aprovechó esta circunstancia enloquecida para proclamar de nuevo una República Catalana que tuvo una efímera vida de pocos meses.

Y más próximo a nosotros están los acontecimientos de 1934, ese intento de pocos días de una enloquecida y alucinante nueva República Catalana que se derrumbó como castillo de naipes trucados.

Que contraste con lo que dijeron y escribieron dos notables catalanes, en el siglo XIX, Juan Prim, dirigiendo un Manifiesto para la Concordia a todos los españoles en 1866, y luego encabezando La Revolución Gloriosa, y como presidente del gobierno de España, promoviendo la aprobación de la Constitución de 1869, una de las más progresistas.

En el siglo XX, otro catalán ejemplar y notable fue Francesc Cambó, de la Lliga Regionalista, que apoyó al gobierno de Maura y es autor del libro Por la concordia (1927), todo un programa de reconciliación nacional.

Solo una alucinación puede identificar votación y democracia, ya que se puede también votar un suicidio colectivo o el orden de sucesivos asesinatos, o el reparto de ganancias en una organización criminal, o creer que cualquier rincón de una entidad histórica puede ser troceada del conjunto por los manipuladores de turno, autores de eficaces lavados de cerebro e inductores a ser carne de cañón a seres fanatizados a los que ponen por delante mientras ellos enmascaran sus intereses y estrategias.