Como muchos saben, Woody Allen dijo aquello de que cada vez que escuchaba a Wagner le daban ganas de invadir Polonia. Me pasa algo semejante: cada vez que veo o escucho a José Luis Roberto y a sus mariachis defender la unidad de España o entonar el yo soy español, español, español, me entran unas ganas tremendas de ser nipón, esloveno o portugués, a ser posible, de las Azores. Es curioso, paradójico y psicoanalítico cómo algunos consiguen como consecuencia lo contrario de lo que se proponen en sus intenciones: esos ultras se piensan como la grasa que apelmaza y actúan como el fairy que dispersa, y que me perdone el fairy.

A mí no me sorprende que un grupo como España 2000 exista: están ahí desde siempre, como todos los franquistas y demás que no murieron física ni ideológicamente con Franco. Sólo tienen que escarbar. Sí que me sorprende, política y sociológicamente, que reaparezcan puntualmente cada mes de octubre durante la diada y que obtengan un desgraciado protagonismo que no le corresponde a su marginalidad. Es curioso por anómalo que, desde el principio de las autonomías, el 9 d´Octubre sea el día de su fiesta grande, y así es difícil que lo sea de la nuestra. No conozco ningún otro caso en España en el que la extrema derecha monopolice y protagonice el día en el que se celebra la fiesta de todos, y que lo haga en València reivindicando la suerte que tienen de ser españoles y la de no ser catalanes. ¡Vaya, hombre!

También sorprende en la identidad de ciertos patriotas superglús su visceral anticatalanismo, que no es una reacción reciente al independentismo catalán, sino un larvado y arcano resentimiento que les reconcome, uno no sabe por qué deficiencia o anhelo (de malferit). Ese resentimiento está en el discurso de siempre del PP, en el de Ciudadanos y en el de los grupos más radicales. Piensen, por ejemplo, en las infinitas declaraciones realizadas por los miembros del PPCV a lo largo de nuestra más reciente historia, o en las de ayer mismo de Bonig. A su legítima crítica al Consell y a las Corts por «no gestionar» adecuadamente, tuvo que añadirle las estupidez perfectamente prescindible de que «cada vez se parecen más al Parlamento catalán». ¡Fíjate tú!

Sé muy bien que el fútbol es un juego y que las fallas son unas fiestas. No soy tan gilipollas de coger al gallo por la cresta ni a la gallina por los huevos. Sin embargo, a nadie sorprende que en los actos de violencia ultra sucedidos en la marcha por el sí al valenciano, para boicotearla e impedirla, acudieran dirigentes del mundo fallero, energúmenos seguidores del Valencia CF. y violentos miembros de España 2000. Sorprendente sería que los miembros lo fueran, yo qué sé, del Orfeón Universitario y que patearan a una pareja tendida en el suelo entonando un Réquiem, cualquiera, el de Verdi. ¿Por qué será lo que es?