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Normal

Desde hace unas semanas, decenas de mujeres han comenzado a denunciar públicamente al todopoderoso productor de Hollywood Harvey Weinstein por acoso sexual. Algunos quieren creer que ese tipo de abusos constituyen una rareza y sólo son ejecutados por monstruos recién salidos del pantano; sin embargo, la realidad se empeña en demostrarnos que, al menos para una parte de la sociedad, las mentes y los cuerpos de las mujeres siguen siendo material de segunda, territorio de conquista y profanación. Es lo que tiene el machismo estructural.

Ahora resulta que todo el mundo conocía, o al menos sospechaba, las conductas depredadoras de este individuo. Sin embargo, a nadie parecía importarle demasiado. Finalmente, Weinstein ha caído en desgracia, pero no os preocupéis: el acoso sexual goza de tan buena salud como siempre, ya sea dentro o fuera de la industria del cine. Y lo hace porque a su alrededor todavía se erige, firme y robusto, un muro de silencio y normalización. Las víctimas callan por vergüenza, por temor a quedar estigmatizadas o por miedo a que les llamen mentirosas, exageradas u oportunistas. Los demás miramos hacia otro lado, le restamos importancia o elegimos no saber. Claro, se duerme mejor en la ignorancia.

Nunca nada es tan grave. Siempre hay una excusa, un eximente. Ya sabes cómo es él, le gusta coquetear. Tiene la mano un poco larga, pero ya está. Comenta a las mujeres de su entorno su opinión sobre su escote o su culo, es un seductor nato. Cuando sale de fiesta no acepta un no por respuesta. Le gusta masturbarse en el parque delante de chavalitas de trece años, pero nunca llega a más el asunto. En una fiesta de empresa arrinconó a una compañera en los baños e intentó forzarla, pero ella al final se pudo zafar, fue todo un malentendido. Si va en el coche con colegas y hay una mujer esperando para cruzar le explican a grito pelado lo qué le harían si la pillaran en la cama. Y si están en la calle y una chica quiere pasar, juegan a bloquearle el paso. Una bromita sin importancia. Además, hay libertad de expresión, a ver si ya no se puede ni soltar un piropo en público.

Él es así. Durante las reuniones familiares se desinhibe y le dice entre risas a su cuñada que cuando se pone ese vestido le cuesta contenerse, qué gracioso, ¿no? Al cruzarse con una muchacha que le parece especialmente atractiva, se lo hace saber, bien con miradas intensas, bien con gruñidos; una frivolidad sin importancia. Se pega mucho a las mujeres en el metro, menudo listo y oye, si puede arrimar cebolleta un rato, pues eso que se lleva, jejeje. La chica con la que había quedado «para cenar y lo que surja» al final cambió de idea y prefirió irse a casa, pero, hombre, él no podía quedarse a medias y tuvo que insistirle un rato hasta que ella dejó de poner excusas. Se pasó meses mandándole mensajes aduladores a una conocida, pero la muy amargada se negaba a quedar con él, a veces ni le contestaba. Así que, claro, tuvo que acabar diciéndole que era un zorra y que tuviera cuidado cuando saliera a la calle.

No hay por qué escandalizarse, todo es normal, normal, normal.

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