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Después del 155

Ah, aquellos años felices en los que Mariano Rajoy se anunciaba como un político predecible. Nunca lo ha sido, porque de un liderazgo político siempre debe esperarse convicciones, impulso, estrategia, determinación, credibilidad, lucidez resolutiva y sentido de la realidad. A lo largo de más de treinta años de carrera política don Mariano jamás ha rezumado estas aptitudes y actitudes. Por eso mismo, y contra de lo habitualmente establecido, Rajoy es impredecible. Nadie puede augurar tanto cinismo muelle, tanta hosca pachorra, tanto cortoplacismo mezquino, tanta torpeza elevada a categoría estilística, tanto elíptico desprecio hacia todo el mundo. El presidente siempre ha parecido gobernar entre el apetito incontrolable por el poder y el indolente fastidio de tener que ejercerlo para otras cosas que no sea su reproducción ilimitada.

El PP lleva décadas considerando Cataluña como un granero de votos conservadores€en el resto de España. La derecha española jamás ha tenido un concepto de estructura territorial de España adaptable a la realidad, aunque respetuosa con la Constitución. Anticatalanismo por la mañana y pactos con CiU por la tarde o tal vez viceversa. Y así durante lustros para beneficio de ambas fuerzas derechistas, con Aznar primero y con el primer Rajoy después. Cuando el hundimiento de CiU en las podridas aguas de una oceánica corrupción, el crecimiento de ERC bajo la dirección de un santurrón doctrinario como Junqueras y las vicisitudes de la reforma del Estatuto de Autonomía entraron en contacto con la brutal crisis económica a partir de 2008, Rajoy y sus mariachis decidieron mantener la conducta histórica de su partido. No hicieron absolutamente nada mientras se cebaba el anhelo secesionista. Ocurrió lo que en otras partes: un amplio segmento de una sociedad hastiada, traumatizada por el desempleo, la corrupción política, el empobrecimiento y los recortes presupuestarios, encontró como único recurso ideológico estimulante la creación de un nuevo proyecto político, institucional, colectivo, que además conectaba con un imaginario (falso, por supuesto) mimado y financiado por un nacionalpujolismo dueño de recursos y herramientas mediáticas y culturales de envergadura. Rajoy pudo desactivar al Artur Mas que demandaba un nuevo pacto fiscal. Por enésima vez optó por el avestrucismo.

Son las fuerzas independentistas catalanas las principales responsables de la endiablada situación que está conduciendo a España a una crisis de Estado. Vulneraron la ley, se ciscaron en la Constitución y en el Estatuto de Autonomía, frangollaron un referéndum sin cobertura normativa y sin garantías procedimentales, y sobre esa grotesca farsa pretenden construir una república. Pero el cálculo egoísta y la torpeza de Rajoy y su equipo asustan. Su ineptitud solo es comparable con su ambición. Llegados a este punto era inevitable activar el artículo 155 de la Constitución que, aunque gente como Pablo Iglesias o Baltasar Garzón insistan, no es inconstitucional. Esta gente está a punto de declarar la Constitucional como inconstitucional para aclarar las cosas de una vez. Lo que más angustia de Rajoy y sus huestes no es solamente su dudosa capacidad para aplicar el 155 con inteligencia, prudencia y solvencia, sino la falta de una alternativa programática a lo ocurrido en las últimas semanas. Cuál es la oferta que el Gobierno del PP - y el bloque constitucional en su conjunto - está dispuesta a ofrecer a la mitad de la ciudadanía catalana una vez sea repuesto el orden constitucional y estatutario en la Comunidad autonómica. Y tal oferta no se ve por ningún lado.

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