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Laberinto mágico

El otro día acudí al estreno en el Principal de El laberinto mágico, transfiguración dramática de un ciclo de seis novelas de Max Aub, tan grafómano que algunos malvados le llamaban Más Aún. Otro grafómano, Francisco Umbral, fue tan mezquino como ignorante con la persona y el legado del escritor valenciano. La grafomanía no es lo único que compartieron escritores tan alejados en muchos sentidos. También emitían diagnósticos pesimistas sobre nuestro destino como país. Decía un personaje de esta obra que el formato de españolidad más apaciguado -sería porque mataban indios- es la tripulación de una galera: cien hombres. Más españoles juntos "les lleva a entrematarse" o a que "sus sucesores se sigan rajando las tripas". Y Umbral hablaba de nuestro guerracivilismo como si fuera tan cíclico como la primavera de El Corte Inglés.

Max Aub no tuvo suerte con el teatro pese a su mucha devoción por este arte, ya que la escritura aplicada que es la dramaturgia tiene, a diferencia de otras ocupaciones literarias, un sentido de la inmediatez, hasta de la actualidad (salvo en grandes texturas literarias como las de Shakespeare, Calderón o Beckett). La versión del San Juan, que también vi en el Principal, seguía hablando, como otro millón de cuentos, novelas y películas, del Holocausto judío, cuando teníamos mucho más a mano el de los tutsis o el de Sarajevo (o el de Gaza). Y el pionero Casimir Gandia encontró inesperadas resistencias donde menos se esperaba -entre el socialismo reinante en las Valencia de los ochenta- para adaptar De algún tiempo a esta parte en el Valencia cinema.

Creo que este Laberinto mágico le hubiera gustado a Max: es brechtiano, lleno de humor negro. Ahora va a Barcelona. Al testarudo de Max, que siguió español, valenciano y cabanyaler en Méjico y en Israel, pese a los estipendios que le prometía el sionismo. Vale ya de Stendhal y de toreros y cigarreras y destinos trágicos: es puro narcisismo y un reclamo anglosajón para seguir con el negocio de los exotismos y el todo incluido en Benidorm y Magalluf. A la próxima, que Federico se muera de viejo.

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