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La pertinaz sequía

Y no llueve, sólo caen del cielo o del infierno, quiebras, quebrantos, duelos, rupturas y otros males mayores que el ausente otoño malamente puede combatir sin sus tormentas, tornados marítimos y habituales desastres naturales en nuestro Mare Nostrum.

Parece que las Cuatro Estaciones ya sólo penden en la belleza eterna de los Conciertos para violín de Vivaldi. Nos hemos quedado también sin ellas en esta incierta hora de España.

Lo que a mí me gustaría es lo siguiente: que antes del sábado Puigdemont se diera cuenta que le vale más la pena cesar en la algarabía y buscar airado el heroísmo del martirio y el abismo con el que suicidarse politica y personalmente y no desairar a los suyos convocando elecciones y no proclamando en el Parlament la República Catalana. Es una posibilidad remota, tanto como que llueva, pero ni siquiera las más espantosas sequías son eternas ni las tribulaciones de la historia imperecederas. Si esto sucediera, que no sucederá, el Gobierno debería retirar la aplicación del 155 en Cataluña aduciendo una vuelta a la legalidad y la justicia desde su independencia actuar en consecuencia donde hubiere lugar en derecho.

Es pedir demasiado. Parece que este país de todos los demonios ha decido de nuevo soltarlos a pastar sin perro pastor ni guardián celoso del ganado caprino. Todos se han echado al monte. Los independentistas catalanes por haber engrosado al Minotauro de una independencia utópica e imposible que sabían desde siempre perdida. Han engañado a Cataluña, a los catalanes y a ellos mismos. Entre la corrupción y el abismo han elegido el suicidio.

El Gobierno que en su laxitud exasperante desde su desastroso trámite del Estatut de Cataluña que trato con pies de búfalo en lugar de con la «finezza» política debida, ha despertado tarde del sueño de los justos cuando ya todo tocaba a arrebato y nada podía finalmente hacerse salvo lo que se ha hecho. Efectivamente fuera de la Constitución no hay diálogo político posible en España. Porque, entre otras cosas, es ella, la Constitución la fuente de toda la legalidad democrática que de ella emana y a ella vuelve. Y el único sujeto político que ésta reconoce es España. De ahí que el conflicto bilateral entre soberanías no sea posible sin una reforma confederal de esa misma Constitución que, al parecer, ni siquiera ERC plantea en el Congreso de los Diputados.

Lo peor que puede sucedernos de aquí al sábado es que tengamos una Comunidad Autónoma intervenida con una República independiente, ilegal de todo punto, pero políticamente proclamada. Si la fractura social en Cataluña es ya hoy de dimensiones históricas ese escenario, más propio de una película tragicómica, la agrandaría a un abismo del que nada se sabe pero del que intuye lo peor.

¿Qué ha pasado en la España democrática para que nuestra clase política se haya empobrecido hasta el punto de que auténticos gañanes de la política dirijan partidos y auspicien holocaustos civiles? ¿Qué suerte de santería hemos llevado a cabo para que lo conseguido en estos cuarenta escasísimos años de democracia tras la muerte de Franco se tambalee de esta manera? Porqué claro que el Estado de Derecho ganará el envite catalán. El problema es el riesgo de victimismo, rencor, incivilidad y llanto póstumo de unos políticos que no tienen futuro, de una economía esquilmada de modo brutal- diga lo que quiera Junqueras- y de una sociedad lastimada en lo más hondo por una parte, en su catalanidad, y en lo más sensible por otra, su españolidad. Esa herida tardará años, muchos años, en cicatrizar en lo más profundo de la sociedad catalana y por tanto en España.

¿Quién nos diría que ya nadie recuerda que Francesc Cambó fuera Ministro de Hacienda en el último gobierno de Antonio Maura? Se dirá, hace ya mucho de eso. Sí claro, es la historia de la España del siglo XX en la agonía de la Monarquía Alfonsina y el fin del ciclo inaugurado por Cánovas con la Restauración y la Constitución de 1876. Pero es que eso hace minutos en el tiempo de la historia. No verlo, no saberlo, despreciar de ese modo las lecciones del pasado es una de las profundas causas de nuestro lamentable estado presente.

Todo pudo ser de otro modo. Se podría haber aprobado el Estatut de 2006 sin aquella brutal campaña en su contra por parte del PP de entonces ,recurso al Constitucional incluido, y dejarlo funcionar tras el referéndum del mismo en Cataluña. Y haber abordado una profunda negociación con el gobierno nacionalista catalán de la época. Ya no está Durán i Lleida tampoco en la política para echar la mano tendida que tantas veces extendió sin éxito en el Congreso de los Diputados.

Pero no se hizo. Y el catalanismo moderado, ahogado por la corrupción y la locura, se llenó la boca de independencia y se saltó toda la legalidad Constitucional española. Y el Gobierno no reaccionó con un discurso convincente en Cataluña ni en España a favor de ese orteguiano proyecto de vida colectiva en común que el filósofo consideraba la mejor definición de una nación.

Ahora sólo faltan, y los tenemos en casa, los chicos de la CUP y Arran gritando "No pasarán" como en el horrísono 1936 año estelar de la guerra civil española. Nos hemos vueltos locos. Y lo pagaremos tan caro como la pertinaz sequía histórica que nos ahoga.

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