Admiro a Cataluña donde tengo grandes amigos y a la que conozco por completo desde Rosas hasta San Carles de la Rápita y en donde están los mejores lugares de España. Los catalanes son personas abiertas, que admiten sin reservas a los que superan la prueba de calidad. Conseguido un amigo catalán, lo es para toda una vida. Su empuje, su valentía empresarial y su afán innovador les hacen conectar con lo más avanzado del momento y con ello atraen capital y trabajadores de todos los rincones de España.

Sus éxitos en todos los aspectos han sido tan evidentes que han tenido el mismo efecto que para la Alemania del s. XVIII, en donde floreció el arte y la cultura como el mejor país del mundo. Creó un nacionalismo de superioridad que nos llevó a la catástrofe europea en tres guerras seguidas, la de los 30 años y las dos mundiales. Y en ese sentido superior está el riesgo.

Comprendo que Cataluña tiene suficientes méritos para sentirse orgullosa de sus logros. Por eso hace años vino aquello de nosaltres sols cuando una comunidad podía aislarse en su superioridad y vivir mejor. Pero desde la Unión Europea eso se acabó. Nadie puede sobrevivir sol, porque se queda completamente sol, sin clientes, sin suministros y sin capital.

El problema es que un grupo de políticos aislados de la realidad han empleado los 35 años de su autonomía para formar a su juventud sobre manipulaciones de la historia y bajo los principios de su superioridad y ahora florecen esas generaciones con sus banderas, pancartas y megáfonos, exigiendo que se realicen las promesas y proyectos que les anunciaban como la creación de un país de superior bienestar cuando la realidad demuestra todo lo contrario.

El resultado es semejante al incomprensible suicidio colectivo de los cetáceos que nadie es capaz de explicar. Hoy en día no sirven de nada las advertencias de la UE sobre su marginación internacional. Ni la estampida de las empresas y entidades de Cataluña hacia el resguardo seguro de España. Les da igual. Siguen a su flautista de Hamelin hacia el despeñadero de su pobreza, paro y depresión económica, al que marchan cargados de alegría y valentía.

Me duele Cataluña. Esa Cataluña que a veces nos da más de lo que recibe, pero que de cuando en cuando se cobra con ganas su solidaridad porque, ¿quién pagó la Expo de 1929 con Montjuic y el Pueblo Español? Todos nosotros. ¿Y quién pagó las Olimpiadas del 92 y la reforma total de Barcelona? Todos nosotros. ¿Quién pagó su aeropuerto? Nosotros. ¿Quién pagó el AVE para sus cuatro provincias? Nosotros. ¿Quién pagó la estación de Sants? ¿Quién la estación de Sagrera? ¿Y el metro hasta el aeropuerto? Nosotros. ¿Quién pagó la reconstrucción del Liceo? Nosotros. Y los pantanos y las carreteras y las cercanías. Y finalmente ¿Quién pagará la deuda de 76.000 millones de euros del derroche de su Generalitat? Pues los de siempre, nosotros. Todo eso cuenta como retorno a sus aportaciones aunque no lo quieran reconocer. Solo el mantenimiento de su AVE cuesta 100.00 euros km al año. Y aún se quieren ir. Como se vaya la SEAT, sabrán lo que es bueno gracias a sus políticos flautistas. La pregunta del millón es ¿quién se aprovecha de quién?