Las cifras de turistas e ingresos turísticos ya producidos, y los que se prevén hasta final de 2017, son magníficas noticias para la economía española. Pero, como casi todo, el incremento sostenido de las referidas cifras trae consecuencias colaterales, unas inevitables y otras evitables.

Es inevitable que los ciudadanos españoles compartamos, con otros españoles o con extranjeros, el territorio, las ciudades, las infraestructuras, los paisajes, las playas, las montañas, o los servicios públicos y privados de toda índole. Y no solo son inevitables, sino que debemos considerar con orgullo dicha compartición de bienes y servicios que ponen de manifiesto que los que viajan por España, españoles o extranjeros, tienen un gran interés en conocer más allá de sus lugares de origen, y que nos encontramos entre los más afortunados del mundo porque a nadie se obliga a viajar desde sus países a España o a los españoles por España.

Sin embargo, es evitable que se produzca un deterioro de nuestros bienes y servicios. Es evitable el descenso de la calidad de los servicios. Es evitable que algunos lugares de España se conviertan en una especie de tierra sin ley. O es evitable que prolifere una economía en la sombra, mediante el alquiler de apartamentos que no tributan al fisco. Y son evitables dichas consecuencias, entre otras, en una acción conjunta de los ciudadanos, los empresarios y los poderes públicos.

La elección de España como destino turístico, para españoles y extranjeros, tiene que ver con las ventajas que ofrece dicha elección que combina una relación óptima entre precio y calidad, que explica los 80 millones que se esperan de turistas extranjeros en 2017. La nuestra es, sobre todo, una oferta dirigida a las economías medias europeas (de ingleses, alemanes y franceses), aunque también existe una oferta minoritaria para los más pudientes en lugares bien conocidos de nuestra geografía. La configuración de la oferta turística española no ha sido obra de una imposición o designio de los poderes públicos, sino que ha sido el resultado de la confluencia de decenas de miles de operadores turísticos que han sido capaces de descubrir las necesidades de las clases medias europeas.

Sin duda, el turismo es nuestra primera industria, y a corto y medio plazo parece que es sostenible, pues a largo plazo cualquier diagnóstico es una temeridad. Hemos visto el nacimiento del turismo de masas en España en los años 60 del siglo XX y, desde entonces, el crecimiento de las cifras ha sido constante en el último medio siglo. El éxito de nuestro modelo se debe a la confluencia de muchos factores, el clima, la seguridad en sus distintas versiones (jurídica, ciudadana, etc.), las infraestructuras, los equipamientos hoteleros, el sistema sanitario, la cocina española, el empresariado español, la cualificación de los trabajadores y otros muchos factores. Muchos estados tienen algunos de los factores indicados, pero les faltan otros. Y no resulta fácil la confluencia de los factores que se dan en España, que hace difícil que surjan competidores relevantes a corto plazo.

El turismo masivo que se recibe en España se puede observar desde las perspectivas antes señaladas, pero, con ser relevantes, se suele olvidar el significado más destacado del turismo de masas: el de ser una conquista democrática. El turismo ya no es una actividad reservada a los más pudientes, como fue hasta los años 60 del siglo XX. Los europeos y españoles de clases medias llenan nuestras playas, visitan ciudades, monumentos, museos, disfrutan de nuestra variada cocina, de las fiestas y festivales musicales que tienen lugar por millares en toda la geografía española. La democratización del turismo ha supuesto un cambio fundamental que han traído nuestras sociedades abiertas, radicalmente diferentes a las sociedades occidentales anteriores a la segunda mitad del siglo XX.

Que españoles y europeos viajen por Europa y por el mundo es un síntoma de igualdad material de los ciudadanos que nos hace a todos más cosmopolitas, ciudadanos del mundo. Pero es cierto que queda mucho por hacer, pues muchas personas, muchas familias, no se pueden permitir todavía viajar, tomarse vacaciones fuera de sus hogares. Un índice fundamental de desarrollo de las sociedades es, precisamente, en la actualidad, el del número de ciudadanos que pueden tomarse vacaciones, y hacer turismo durante el verano o en otras estaciones del año. El indicador es tan relevante que algunas organizaciones internacionales lo utilizan para establecer la frontera de la pobreza del mundo occidental. Pues, sin duda, el turismo nos enriquece como personas.

Los poderes públicos tienen que actuar con la finalidad de que los españoles viajen más, para lo que es condición indispensable alcanzar cifras cercanas al pleno empleo y retribuciones dignas. Pero, además, los poderes públicos deben seguir fomentando y subvencionando el turismo de los menos favorecidos. Debe pasar a la historia la escena de españoles de regiones sin costas que ansiaban ver el mar y que casi nunca lo conseguían a lo largo de sus vidas. Y deben pasar al baúl de los recuerdos los viajes al extranjero de millones de trabajadores por cuenta ajena de baja cualificación a otros Estados europeos para encontrar un trabajo mal remunerado que no podían encontrar en su país. Viajar por placer es fundamental para fomentar una sensibilidad europea abierta, que nos permita comunicarnos con ciudadanos de otros países, ver sus logros, aprender y disfrutar de esas experiencias, positivas y negativas, que nos permitan ser mejores.

Las voces que se alzan rechazando el turismo de masas y exigiendo un cambio de modelo hacia un llamado "turismo de calidad" debieran producir estupor a cualquier demócrata, sobre todo cuando proceden de supuestos representantes de partidos de izquierda. Parecen postular el regreso al siglo XIX en que solo podían viajar los más pudientes y, no cabe duda, de que rechazan a las personas con economías modestas ¡porque gastan poco!, ¡porque no son rentables para nuestra economía! Si no fuera porque es cierto que durante los últimos meses hemos visto y oído expresiones de rechazo como las anteriores, y otras mucho más despectivas, no podríamos creerlo.

Los empresarios dedicados al turismo tienen un mérito extraordinario. Se han adaptado rápidamente a las nuevas necesidades de los turistas españoles, europeos y de otras procedencias. Teniendo en cuenta que nos visitan en torno a 80 millones de turistas extranjeros, además de los propios españoles que hacen turismo en España, resulta asombroso que no se haya dado ninguna situación de desabastecimiento de ningún servicio o producto, a lo largo de décadas. Los problemas sanitarios son mínimos, y cuando suceden la respuesta de la sanidad pública es sobresaliente. La relación precio-calidad es notable, aunque siempre se puede mejorar. No obstante, los atentados en Barcelona y Cambrils exigen un fortalecimiento y reconsideración de las políticas en materia de seguridad, pues es un factor fundamental para el sostenimiento del turismo en nuestro país.

El turismo de masas es una conquista de la democracia que irá en aumento en los próximos años. Los ciudadanos de las sociedades abiertas quieren conocer el mundo en que viven, más allá de sus lugares de origen, y lejos de frenarlo o poner trabas, a las que son tan aficionados algunos poderes públicos, deben favorecerlo adaptándose al mismo y buscar soluciones a los problemas que, sin duda, existen.