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Democracia vigilada

Vicent Blasco, in memoriam

En los años ochenta un amigo advertía que la democracia alumbrada por la transición era tutelada. Discrepé. El mismo amigo, la noche olvidada («intento de golpe», según los exégetas) de febrero de 1981 reiteró su opinión. Dudé, pero fie en el optimismo. En octubre de 2017, le admití que no se trataba de tutela, sino de vigilancia.

El compromiso de 1975-1978 lo fue entre el franquismo agotado y los vencidos que no lograron la ruptura. Lo demás, adornos florales que justifican ante las generaciones que han seguido: nadie procura la denuncia de su complicidad.

El resultado, un texto constitucional que para los más fuertes, lo más que se podía otorgar a los súbditos vencidos. Para estos, sin embargo, un punto de partida de límites desconocidos, aunque esperanzados. La conversión en tabla mosaica para los primeros, el resultado menos perjudicial para seguir administrando sus intereses, ocultando delitos contra la humanidad, con el beneplácito vigilante de sable, mitra y dinero.

Nada nuevo. El trabajo sucio de la reconversión industrial de los anacrónicos residuos autárquicos, a cargo del PSOE, antes de los sindicatos y patronal a cambio de legalización y algo más. La aceptación en el club democrático de la Unión Europea, desprendidos del lastre franquista, una puerta abierta a los beneficios de la PAC para los latifundistas o las infraestructuras radiales, cuya cuota española seguimos pagando, del AVE a las autopistas madrileñas.

Alumbramos la cultura del pelotazo, inmobiliario o del otro, por aquello de «quién no se enriquece es un asno», rebuzno que se atribuye a un ministro socialista. Con la puerta giratoria que tanto complace a un empresariado acostumbrado a adjudicarse los beneficios y endosarnos las pérdidas.

La vulnerabilidad de la ciudadanía resultó devastadora. El éxito del adoctrinamiento franquista ha sido eficaz, duradero. Con la «ley», la suya, se persiguió, ejecutó, a miles de ciudadanos y ciudadanas. Con parsimoniosa crueldad tras el triunfo de las armas. Con desobediencia a la Ley democrática, yacen en fosas comunes y cunetas decenas de miles de víctimas. Con estigma cuando no rapto para los hijos de las vencidas y vencidos.

Olvido. La amnistía lo era para los vencidos, claro. La manipulación del lenguaje asombra. «Auxilio a la rebelión» para quienes defendieron la legalidad. «Desobediencia al bando del 23 F», otra vez, de la que soy testigo.

La reducción de los derechos, cuestión de tiempo.

La educación, derecho universal (pública, única, laica y gratuita) y en valenciano, da paso a la concertación como alternativa a la falta de recursos públicos. Ahora es libertad de elección por parte de los cómplices del sistema educativo básicamente nacional-católico. La salud para el que pueda pagarla: la investigación y los medios, públicos, con los impuestos de la ciudadanía. La atención a los dependientes, se desobedece la Ley o se convierte en el repugnante negocio del fin de la vida. La reducción de los derechos de los trabajadores, su precarización, una fatalidad de la libre competencia y del mercado: quien no tiene trabajo es porque no quiere, o en todo caso, los inmigrantes se lo roban. Las ciudades, intervenidas contra la autonomía municipal, consagrada constitucionalmente. Mientras, la corrupción campa a sus anchas, los corruptos exhiben obscenamente el producto de sus latrocinios y una justicia circunspecta alivia penas hasta la prescripción. Así hasta donde el lector quiera. De la bárbara «patada a la puerta», a la ley mordaza, y lo que venga.

La alternancia fracasada es ahora dominio de quienes solo entendieron la democracia como un mal menor. Algún avisado sociólogo socialista alcanzó a proclamar que «la historia del socialismo es la historia de sus renuncias». Al socialismo puede, pero a la democracia, ¿también? Los cachorros franquistas claman por la ilegalización de las ideas y todos hacen oídos sordos ante fundaciones y partidos que hacen apología del terror, de los crímenes contra la humanidad, con nuestros impuestos. Citan el entorno democrático europeo a la vez que ignoran que es impensable e ilegal una fundación hitleriana o mussoliniana en Alemania o Italia.

Finalmente, con ironía, apuntes de color local. Ombuena, Vicente Ramos o Sevilla Andrés (los jóvenes que consulten si es que la red acoge a estos individuos) deben removerse en sus tumbas: «la plutocracia burguesa barcelonesa» en la ¡Explanada!, en la ¡calle de las Barcas!.Sus sucesores y discípulos, alborozados tras haber desvalijado todo el sistema financiero valenciano. Por cierto, benvinguts sigueu , que el «oro catalán» parece que pasó a la madre superiora y familia. Ratas y sabandijas, tras el sesteo de dos décadas, emergen de los albañales y anuncian la recuperación de su batalla contra la libertad. Anuncian, sin que nadie mueva un dedo, la práctica de sus métodos el 9 de octubre. Algunos con el mismo nombre, otros tras haber calentado poltronas, los más con la misma saña de un lejano 9 de octubre de 1979. Por fortuna ahora, con respuesta cívica, ciudadana.

La única bandera en que podría, llegado el caso, envolverme es la de la libertad y la razón, cualesquiera que sean sus colores. Que no cuenten quienes abogan por la renuncia con mi complicidad. Bajo el franquismo el certificado lo extendía la policía política y con la ley el tribunal de Orden Público, o peores. Las convicciones no requieren trámites.

Revisar la Constitución cuyo alcance nadie precisa ni responde a las preguntas del profesor Pérez Royo. ¿Forma del Estado? ¿Defensa de la democracia? ¿Ilegalización del franquismo?, ¿Estado federal? .¿O se trata de maquillar un problema político, el territorial?. Atentos a la extensión de las tutelas. En el caso valenciano, el Corredor convertido en «hilillos», la financiación a remolque de las Loapas que asoman. Entre tanto la cuestión catalana en la agenda internacional lo quieran o no, y los Presupuestos Generales, de los que cuelgan los demás, en espera.

No solo aquí. El binomio libertad-seguridad se inclina hacia la segunda, en Francia. O May tiene que intervenir el Ulster ante su incierto final y el del Brexit. El «a por ellos» era, en realidad, a por nosotros y nuestros derechos.

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