Son visibles rasgos de fanatismo en capas sociales y en temas donde hasta hace poco dominaba cierta tolerancia y solidaridad, supuestos valores europeos que «estos invasores» vienen a amenazar

Recibí hace unas semanas, y nada menos que desde el Ecuador, un artículo de esos que van acompañados por un «pásalo» o «esto debe darse a conocer a todo el mundo», signo, para mí, de que hay que sospechar de su carácter propagandístico. Se trataba, efectivamente, del «re-envío» de un texto de un periodista español, cuyo nombre se daba, que lo había publicado «en un periódico español» que no se citaba, dando con ello argumentos adicionales a mi escepticismo básico hacia este tipo de mensajes que llegan por e-mail o WhatsApp. Como el nombre del periodista no me sonaba, tecleé su nombre en Google, fuente de toda sabiduría y conocimiento, y solo me dio el artículo de marras, pero en inglés. No aparecía el autor ni la fuente. Y siempre el mismo texto del periodista español que había publicado el artículo en un periódico español.

El contenido venía a ser el siguiente: Comenzaba con una alusión a los atentados de Barcelona; después venía una descripción del error cometido por los europeos matando a 6 millones de judíos, miembros de una cultura portadora de ciencia y arte; finalmente, se llegaba al error actual, a saber, aceptar, tal vez por complejo de culpa ante lo anterior, a 20 millones de musulmanes, cultura que poco ha aportado a la cultura universal, que producen barriadas deprimidas y que son una amenaza a la religión, costumbres y bienestar de los europeos.

Dejé de lado las cifras: es delito, en algunos países, discutir científicamente el número exacto de asesinados en el Holocausto, pero sobre la demografía árabe (a la que se llama musulmana como si todos fueran tan creyentes y practicantes como son los católicos en la católica España) se puede decir lo que se quiera. Hecho lo cual, me centré en poner los datos (los «hechos») por un lado y las interpretaciones por otro. Ninguna novedad ni en un extremo ni en el otro. Y entonces encontré un «post» en el que habían hecho lo que yo quería: someter a análisis crítico la facilidad de las conclusiones y exhortaciones a la acción inmediata (además del «pásalo» misionero).

Un internauta (en inglés), había comenzado por la lengua del texto que él tenía delante, que era el inglés. Su idea, que razonaba bien, es que ese era el texto original, no el castellano. Sus argumentos no eran definitivos, pero tenían sentido, visto el carácter de «traducción» que parecía tener el texto castellano. Después, se puso a buscar al periodista y, para ello, de nuevo recurriendo a San Google, había escrito en el buscador el nombre de dicho autor con las variantes que podía tener su primer apellido. Salían varias entradas para cada una de ellas con una cosa en común: en ninguna se daban datos que permitieran concluir que el autor del texto de marras existía realmente. Para acabar, encontraba que dicho texto había aparecido también en francés e italiano en portales que compartían una característica particular: ser portales de «judeofilia» como ese internauta los llamaba. Es decir, que había varias razones para pensar que se trataba de un «hoax», cargado de «fake news» (no deja de ser sugestivo que estas cosas se califiquen con palabras inglesas) y que se enmarcaba en ¡el conflicto Palestina-Israel!, conflicto que este internauta entendía como conflicto entre musulmanes y judíos, cosa que me cuesta compartir (hay palestinos cristianos como se da heterogeneidad religiosa entre los ciudadanos israelíes).

Hace ya años que publiqué un trabajo en el que comparaba lo que había escrito el islamófobo noruego Breivik con lo que se podía leer en el capítulo sobre los judíos en Mi lucha, de Hitler. No creo que haya que sacar muchas conclusiones de ese paralelismo ni siquiera pensar que, porque hay semejanzas entre la creciente islamofobia y el subterráneo antijudaísmo, nos encontramos ante los pasos iniciales de un nuevo fascismo. Que esto último sea posible se deduce por otros conductos. Pero sí creo que comienzan a ser visibles rasgos de fanatismo en capas de la sociedad y en temas en los que hasta hace poco dominaba una cierta tolerancia y hasta solidaridad, supuestos valores europeos que «estos invasores» viene a amenazar y ante los que hay que defenderse con todo tipo de reacciones. También creo que mostrar los elementos fanáticos en estos defensores de la «identidad y valores europeos» es una forma de poner en práctica precisamente dichos valores y, en buen recuerdo a la Ilustración, someter a análisis racionales los «hoax», como el que cito, que nos invaden. Algo es algo.